Neymar, el Empecinado

El Barça tiene ahora este talismán, Neymar, que es un futbolista empecinado. En poco tiempo, relativamente, este genio brasileño ha establecido en el equipo una serie de conexiones alegres en las que no sobresale tan sólo su talento individual, sino su modo de relacionarse con otros; no es un jugador en conflicto, acepta de los demás lo que le dan y es capaz, incluso, de acordar con el árbitro que le quite la corona de trapo. Lo que él quiere hacer en el fútbol es divertirse, sentirse el rey del mambo o de la samba, como sus ilustres antecesores, Romario y Ronaldinho; ese gol con el que abrió la tela del Villarreal es un ejemplo perfecto de su manera de coser el juego, porque depende de otros, lo celebra, igual que los otros dependen de él. Su segundo gol fue su coronación: no necesitó la diadema. Entre sus mejores asociados está Busquets, y es fácil porque forma parte de la calidad del mediocentro regalarse sin que se note.

Si el primer gol no hubiera subido al marcador ni el segundo ni el tercero, no hubiera sido tan sólo una injusticia, sino una pésima información. Porque el Barça se asoció para hacer buen fútbol frente a un equipo incapaz de replicar tan bien con un fútbol medianamente decente. Esta mediocridad resalta aún más la capacidad de Neymar para sacar flores de las grietas.