El abrazo a Iniesta y el estado de ánimo de los futbolistas

Del fútbol me gustan los gestos, no tan sólo los goles. Me gusta fijarme en el banquillo, en los previos de los partidos, en lo que hacen los entrenadores, en los gestos de los futbolistas cuando triunfan otros que no son ellos.

El fútbol es un acontecimiento humano de primera magnitud, que se inventó para dar felicidad a los que contienden y a los que siguen a los que compiten. En la escuela (como en esta que pone en marcha, de nuevo, José Ramón de la Morena) y en la calle, en el campito del barranco o en La Masia, en las esquinas y en las plazas: el fútbol es un factor educativo de primera clase. Obliga al respeto, pero a veces se desmanda; al fútbol se va primero con los padres, y luego los que fuimos padres llevamos a los hijos o a los nietos.

Los chicos exigen de nosotros explicación y solidaridad, porque a veces pierden los equipos a los que somos aficionados, y necesitamos (hemos necesitado, necesitan nuestros sucesores) cariño cuando estamos cariacontecidos porque los nuestros han perdido.

Es, pues, un deporte magnífico que requiere atención en todos sus instantes, desde antes de que los equipos salgan a la cancha hasta cuando acaba el partido y ya se han consumado todos esos gestos, de desdén, de alegría o de tristeza, que constituyen los noventa minutos reglamentados.

Hace una semana tuvimos todos una ocasión de oro para seguir hasta sus últimas consecuencias los gestos de un partido decisivo, el Real Madrid-Barça, cuyo resultado y circunstancias tanto han dado que hablar. En Francia, por ejemplo, ha sido muy comentado ese gesto (que aquí se comentó muy poco) en el que Benzema escupe mientras lo enfoca la cámara cuando ha acabado la interpretación del himno francés. ¿Por qué escupió Benzema? Seguramente no habrá tesis doctorales, pero sí explica el gesto y su trascendencia hasta qué punto las cámaras están fijándose hasta en lo mínimo en esta sociedad en la que todo el mundo mira hasta lo nimio.

Por mi parte, yo me fijé mucho en esa fotografía que publicó AS (junto a mi contracrónica, precisamente: gracias, compañeros) en la que se ve al suplente Messi lanzándose a abrazar a la estrella del encuentro, su compañero Andrés Iniesta, un muchacho que vino al fútbol, precisamente, en los primeros años de la legendaria escuela de José Ramón.

Ese abrazo muestra alegría, la sensación de que uno celebra de veras el triunfo del otro. Revela solidaridad y cariño, y explica, desde mi punto de vista, algo imprescindible para entender el triunfo en el fútbol o en cualquier otra disciplina: las ganas de que el otro lo haga bien. Ese estado de ánimo está en lo hondo del Barça actual. Y ha de ser visto así cada vez que alguien se pregunta por qué Messi y los suyos se entienden sin mirarse.