¿A qué se debe el malhumor de las estrellas?

Cantaba Raimon, el gran cantante de Xátiva, que del hombre siempre miraba las manos. Pues de los futbolistas yo miro mucho últimamente, más que los pies, que son el sitio natural de su oficio, el rostro, la cara, los ojos, el rictus de sus bocas. La cara es el espejo del alma de un futbolista; desde hace tiempo observo sombras en el alma de las estrellas, y me pregunto por qué.

Es decir, ¿a qué se debe que estos multimillonarios que viven como les da la gana, tienen a sus familias bien atendidas, a sus hijos, generalmente, en colegios de pago y de prestigio, coches fantásticos con los que muchas veces desafían la ley de la velocidad y que mandan más que los presidentes o los entrenadores de sus propios clubes, se hallen tan cariacontecidos hasta cuando ganan?

Los veo muy preocupados, en exceso; es cierto que unos están más preocupados que otros; el ceño de Messi, por ejemplo, se ha ido relajando a medida que se ha estabilizado su sitio en el campo (que es cualquier sitio, por cierto) y que funciona de maravilla el llamado tridente.

Entre las virtudes de su relajación hay una que precede a este estado en el que hoy parece vivir su alma pública: apenas se irrita cuando los adversarios lo importunan o lo agreden y tiene con respecto a los árbitros una actitud tan distante que se diría displicente. Pero no es Messi la alegría de la huerta: tiene una familia estable y al parecer bien avenida, formidable, lo quiere el público, lo admiran hasta sus compañeros, pero anda siempre como si arrastrara una tristeza que sólo le permite reír en los entrenamientos y a veces cuando, después de dar gracias a la abuela, celebra algún gol. ¿Qué le pasa? ¿Por qué esta gente no sonríe, si están jugando?

En su equipo actúa como estrella más irritable, y francamente ceñuda, el brasileño Alves, que se solivianta por nada y que se va de las jugadas como si estuviera enfadado con el mundo entero.

Lo contrario de Messi, en el universo de los humores, es Cristiano Ronaldo: tampoco parece feliz, como Messi, pero al contrario de éste alza los brazos, protesta, se muestra irritable en cada lance en que él no resulta agraciado; y cuando celebra su gesto es tan adusto, tan imperioso, que parece que quiere reprocharle a los otros que no se alegren por él. Es tan poco generoso consigo mismo como con los demás, de ahí se deriva un hecho peculiar: celebra sus goles como si riñera, y no celebra los goles de los otros, o lo hace de puntillas.

Lo tienen todo y están de malhumor. Permítanme este exabrupto: ¿qué coño les pasa a estos jóvenes jugadores? Ah, y no me he olvidado de Cruyff o de Zidane, que se reconcomían lo suyo, ni de Benzema, pero es que en un solo artículo no cabe tanto ego herido ni tanto sentido de la trascendencia.