El universo único de Lio Messi

No juega para ganar; tiene el pie soldado al alma de la pelota, no a la pelota misma; aprendió malabares antes que fútbol, y ahora regresa a donde solía: a considerar el juego como una de las bellas artes. Por eso ganó ahora, otra vez, casi jugando, el Balón de Oro. La razón por la que es bueno se parece a la razón de por qué son buenos los poetas o los pintores: hay detrás un don, una capacidad arbitraria de darle al balón de una manera precisa que parece indolente. Lo principal de su estilo es cómo se prepara, no cómo dispara; hay un Messi ausente del campo, que vigila a los otros como si fuera un espectador de césped. De pronto se revuelve, no sabes de dónde viene y ahí está, y dispara. No es importante, sin embargo, el disparo mismo, sino la concepción previa al disparo, igual que en el maestro malagueño Picasso era más importante todo lo que había antes del cuadro que el cuadro mismo.

Antes de que sucediera Messi en este mundo lo intentó un gran escritor y dibujante de su pueblo, el Negro Fontanarrosa. Dibujó éste, en un cuento de fútbol memorable, la figura de un adolescente que caminaba por la ciudad polvorienta en la que nació Messi con una pelota atada al pie. No estaba atada, ya formaba parte del pie, seguía al chico como si fuera su perro, o su alma. Messi es a la vez la pelota y el chico, porque en su naturaleza ni una ni otro se pueden disociar. El universo Messi es un misterio; alguna vez ese misterio se hace hombre y dispara.