Comparaciones que parecen ociosas

El fútbol español cae muchas veces en muchas piedras. No es nada estimulante que unos empresarios que representan a unos clubes tan poderosos como el Barcelona, el Madrid y el Atlético de Madrid pasen ahora por la triple vergüenza de parecerse. Estas son culpas mayores de la gestión deportiva. Puede tener cada uno de ellos la tentación de decir que la culpa viene de arriba; no es cierto: la culpa es suya, y aunque tengan motivos para recurrir como hizo el Barça en su día, ahora la cachadura está sobre los respectivos escudos. La vergüenza del Barça tuvo sus atenuantes, que resultaron postizos, porque el club pudo fichar y disimular a largo plazo la penuria en la que entró su plantilla. La pobreza que exhibió el Barça durante ese tránsito será la misma que padezcan ahora los más importantes clubes madrileños.

Como en todo en la vida, el mal de otro no disminuye el mal propio, y además acentúa la impresión de que al fútbol español le falta autocrítica administrativa, radicalidad en la gestión, profesionalización de sus cuadros directivos y atención a lo que supone su carácter representativo. Estos clubes no son de sus presidentes ni de sus directores generales (cuando los tienen), y ni siquiera son de sus socios: son, sobre todo, de una diluida e importante multitud de personas que confían en sus equipos como si fueran parte de su corazón. Y lo que ocurre ahora es lo que ya padeció la afición del Barça: vergüenza, vergüenza propia.