Eterno aunque se vaya

Da igual cómo sea el final. Si Fernando Torres se queda unos meses o ya no vuelve a jugar. Cualquiera que sea el desenlace de esta negociación (ni siquiera debería serlo) será comprendido y hasta aplaudido. Se trata de un asunto estrictamente profesional. Un dilema de fútbol: hoy no es necesario como jugador, y tampoco sobra. Pero esa encrucijada no altera lo principal, su gigantesca envergadura como referente emocional del Atlético. Y eso, pase lo que pase, no se mueve.

El Niño (aunque ayer dijera que ya no lo es, lo será siempre) sonará igual se vaya o regrese. A esa canción inconfundible grabada a fuego en cada corazón colchonero que les viene a ustedes de fondo mientras van leyendo. Da gusto también escucharle a él, claro, respirando colchonerismo en cada una de sus palabras, situándose ayer una vez más por detrás del escudo. Como ese Luis Aragonés que se fue ya hace dos años y que aún sigue estando. Fernando son carreras y goles, pero también (sobre todo) la bandera rojiblanca colgada del autobús de la Selección el día de las celebraciones.

Y el Atlético son victorias y derrotas, títulos, pero se explica más fácil con el estadio abarrotado una mañana de invierno para recibir de vuelta al hijo pródigo, sin otro contenido que saludarle. Dos escenas que lo resumen todo. Fernando Torres y el Atlético, la misma cosa. Da igual cómo sea su final. Simplemente, nunca habrá final.