El progreso profesional de Pep Guardiola

La de Pep Guardiola es una buena historia. Coherente con su pasión, el fútbol, y con las ideas que han alimentado esa vocación desde niño, ha escalado en la vida todos los escalones posibles de la calidad que marca su exigencia.

A los aficionados al fútbol como un devenir rabiosamente humano esta nos debe parecer un ejemplo de lo bueno que tiene este deporte asociativo: hasta la demarcación de Guardiola, repartiendo juego desde niño, en el centro del campo, discutiendo con los compañeros en medio de la cancha, convenciendo a los árbitros de sus razones, es simbólico del papel que jugó durante años en el Barça. Fue un mediador exigente de futbolista y de entrenador.

Desde ese mismo punto de vista ético, estético y profesional constituyó una especie de libro de estilo del que no se separó nunca: admiración por los maestros y juicio justo con respecto a sus compañeros en el campo y a sus jugadores desde el banquillo. Esa vara de medir le ha dado muchas satisfacciones en todas las tareas que ha emprendido; así, triunfó en el equipo al que quiso (y al que quiere, el Barcelona); le puso un diapasón adecuado, como joven entrenador, al filial azulgrana, y de éste saltó al primer equipo como si ya hubiera hecho un master en las grandes ligas.

Desde el primer tropiezo, que fue el primero en la frente, en el partido inaugural de su era, se la juraron y auguraron que no resistiría dos telediarios. Ganó todo, o casi todo, reiteradamente, y cuando estaba en la cuesta arriba no quiso eternizarse y se fue cuando empezó a ver que los interiores cainitas del club empezaban a ensombrecerle el futuro. Se fue al Bayern, en el que alcanzó cotas muy notables de excelencia, y perdió también; aquí aprendió una asignatura que le habían augurado: supo también perder, con dignidad y respeto por los suyos y por los otros.

Nunca dejó que su carácter fuera más allá que sus intenciones; no llega a ser Vicente del Bosque (a cuyas virtudes se parece tanto, en lo más notable aunque no en lo que más aparece en público) porque no es inmediatamente empático: Pep no sabría ser paternal, pero administra la justicia como el maestro seleccionador: no le oirás a Guardiola ser quejica para culpar a otros de su fortuna, y dará siempre la cara por sus jugadores si éstos han mostrado un comportamiento que merece defensa o elogio.

Ahora se va al Manchester City, habiendo aprendido más que los ratones colorados; al fútbol español esto tendría que llenarlo de orgullo: que un joven entrenador que aprendió aquí esté repartiendo su ciencia del fútbol por estadios tan prestigioso alimenta la fe en el fútbol español en sus últimos años de merecida gloria.