En el fútbol hay que ganar hasta cuando no hace falta

Me sorprendió la imprecación de Unai Emery cuando el Sevilla le empató al Celta en Balaídos, en el partido más llovido de la historia (Relaño o Salazar pueden decir lo contrario, claro, pues ellos saben de diluvios y fútbol más que cualquiera). El entrenador sevillista es un apasionado de sus equipos; si hubiera sido él el entrenador del Celta habría actuado igual: hubiera lanzado un grito, se hubiera impacientado por la actuación de los suyos, hubiera celebrado el gol con la misma prestancia enloquecida… Estos aficionados sobrevenidos, capaces de animar a su equipo y al año siguiente hacer lo propio con el contrario, son fenómenos interesantes de la naturaleza humana. No es que se cambien de chaqueta, es que, aunque vayan trajeados, no tienen chaquetas, van desnudos, expuestos a cualquier ventolera de la pasión.

Así que Unai Emery es ahora del Sevilla y con ese equipo va a muerte. Tanto que cuando su equipo empató, tras una bella jugada de mi paisano Vitolo, lanzó ese grito al aire (“¡Tomen!”, o algo así) como si la vida le fuera en ello al Sevilla. Era el penúltimo minuto, el campo era un barrizal insoportable, se jugaba en Balaídos con una lentitud desesperante y parecía que jugaban subiendo a una pared. El Celta ganaba 2-1 y daba igual ya lo que pasara, porque los gallegos tenían que superar un 4-0 que había sentenciado la eliminatoria en Sevilla. ¿A qué se debía entonces la imprecación imperiosa y entusiasmada de Unai Emery? A que el fútbol es así.

Sucedió en Valencia un día antes. Los comentaristas de Carrusel, a quienes sigo como si estuviera mirando un termómetro de la pasión (o de la falta de pasión), se entretuvieron en lamentar la falta de espíritu ganador de los barcelonistas de la cantera. El equipo grande (el del triunvirato delantero) había goleado de manera inmisericorde al Valencia; ese 7-0 era muy difícil de remontar, porque ya no estamos en aquellos tiempos en que España fue capaz de remontar a Malta en una jornada histórica para las goleadas del fútbol.

Así que el Barça fue a Valencia irreconocible, como si fuera el equipo filial disfrazado de equipo de primera clase. Lo que exigían los comentaristas a esos muchachos era que levantaran la cabeza, que mostraran cierto entusiasmo (como el entusiasmo de Emery) y que marcaran; subyacía en esos comentarios el fantasma de un récord: si el Barça perdía se rompía una racha histórica de partidos en que el equipo azulgrana no perdía. E iba perdiendo en Mestalla. Cuando finalmente empató Kaptoum parecía como si un milagro hubiera roto un maleficio. ¿Por qué? Pues porque el fútbol es así. En el fútbol hay que ganar, o jugar para ganar, aunque la victoria resulte innecesaria. Por eso gritó Emery cuando empató, por esa parecía reivindicar Kaptoum a Luis Enrique cuando su gol empató el partido.