Un triunfo con sabor a derrota

Ayer, en la calurosa noche de Lima, Sporting Cristal le ganó a Huracán. Las matemáticas lo indican: hizo 3 goles y recibió dos. Ganó tres puntos y está segundo en su grupo. Lo único positivo para el equipo peruano fueron los números, que son tan drásticos como crueles. El resto fue una nueva muestra de la debilidad mental, física y futbolística del equipo peruano con mejor plantel del país, el que estuvo a un minuto de ser bicampeón nacional y el que, en teoría, tiene un proyecto a largo plazo.

Ayer por la noche, ante un rival herido –literalmente, tras el accidente sufrido por Huracán en Caracas-, que presentó algunos suplentes y un fútbol más bien parco, Sporting Cristal hizo todo lo posible para irse con las manos vacías. A los 56 minutos, el local se ponía 3-0 y con un hombre más. Más de cara, imposible. Pero, fiel al estilo de los equipos peruanos cuando salen de la mediocridad de su liga, sufrió de pánico escénico y encajó dos goles, cedió el balón, la iniciativa, el alma: lo cedió todo. Y mereció por lo menos empatar.

Hace tres años, la dirigencia del Cristal decidió despedir a Roberto Mosquera, que había sacado campeón nacional al equipo, y fichar a Daniel Ahmed, quien había entrenado a la selección nacional sub-20. El despido de Mosquera tenía que ver con una idea de armar un proyecto que se basara en las divisiones menores del equipo –de las mejores del Perú- y en un estilo “bielsista” (presión intensa, juego por las bandas) que se enseñara desde el fútbol infantil.

Ideas todas atractivas pero nada más que eso: ideas. Está claro que un equipo, para crecer, también tiene que ganar, y la Libertadores en ese sentido es el escenario ideal. El fútbol latinoamericano se ha emparejado hacia abajo: los equipos argentinos son cada vez más flojos, y, salvo alguna sorpresa, domina siempre un brasileño y el resto es muy parejo. En esa coyuntura, pienso que lo mínimo que se le puede pedir a un club organizado es clasificar a la segunda ronda, o aunque sea ser un equipo serio.

Eso no ha pasado. El año pasado estuvo cerca, pero no fue capaz de ganar en casa ante un débil Guaraní, y otra vez adiós por la puerta falsa. El tema va más allá de lo futbolístico: es físico, mental, anímico. Los jugadores del Cristal –y los del resto de equipos peruanos- simplemente no están preparados para jugar a cierto nivel. En ningún aspecto. Los dirigentes del equipo celeste hablaron de proyectos y estilo de juego, pero dejaron ir a la gran joya de la cantera, Beto da Silva, a los 18 años y sin recibir un dólar. De proyecto, nada.

Los resultados son estos: una noche que pudo terminar en goleada se cerró con sufrimiento, con angustia, con una desazón que se vuelve preocupantemente habitual para una afición que empieza a estar seriamente agotada.