Cruyff es inmortal

El diario ‘L’Equipe’ le dedicó un monográfico al Barcelona superlativo del primer triplete que ilustró con una imagen icónica que a día de hoy cobra más fuerza que nunca. En la fotografía se veían tres camisetas blaugrana, cada una de su época expuestas por el reverso. En la primera se veía el número 14 y donde debía ir el nombre se leía el padre. A su lado, la camiseta bicolor del centenario del club con el 4 de Guardiola y se leía el hijo. La última era la actual con el 10 de Leo Messi bajo el epígrafe el espíritu santo. Una estampa que resume el Barcelona moderno y que cada culé debería llevar guardada en su cartera para que le proteja de todo mal.

Hoy se ha ido el padre. El dueño de la idea, el que cambió la mentalidad de un club desde el campo y desde el banquillo. Su influencia fue tal, que no es nada aventurado afirmar que si España llegó a ganar un Mundial y dos Eurocopas, fue en gran parte gracias a este holandés genial que por encima de todo dignificó el deporte que más amaba.

Fue él quien pobló el campo de centrocampistas pequeñitos y rápidos; el que pensó que no era necesario poner un tanque como delantero centro que se limitara a rematar balones; el primero que torturó a los porteros haciéndoles jugar con los pies para que fueran el primer jugador del ataque y no el último de la defensa. El que siempre quería tener la pelota. Cruyff se ha ido porque ni un titán como él puede ser físicamente inmortal. Pero la inmortalidad la tenía asegurada desde mucho antes del día de hoy en el que el cáncer ha sido el primero y el último en llevarle la contraria.

Cada vez que unos niños salen a jugar a cualquier terreno de juego y antes de empezar un partido se ponen a hacer un rondo, respetan al balón más que a nada, cuidan la posesión, juegan con extremos abiertos y su única idea es jugar para marcar un gol más que el rival, Cruyff se hace más inmortal. Cada vez que alguien, ante cualquier circunstancia de la vida piensa en “salir y disfrutar”, Cruyff se hace más inmortal.

Cruyff no inventó el Barcelona, ni mucho menos, pero le devolvió el orgullo. Aterrizó en los años 70 en un club en blanco y negro y le devolvió la alegría de ganar una Liga que no se conseguía desde los tiempos de Suárez y Kubala, poniendo un paréntesis a un Real Madrid imperial.

Puede que como jugador forjara 45 de sus mejores partidos vistiendo la camiseta del Ajax y de Holanda, pero todo lo que le pudo faltar en el césped lo compensó en el banquillo, donde dejó una huella que sobrepasa a su figura. Cruyff le enseñó a la parroquia culé que se le puede ganar al Madrid jugando bien, que los campeonatos pueden ganarse en el último minuto tres años consecutivos y que lo importante es ser valiente, creer en una idea y no apartarse de ella ni cuando las cosas no salen bien.

Fue una figura controvertida porque iba en su personalidad. A mucha honra, era de los que no dejaba indiferente a nadie, pero que siempre supo que el verdadero fútbol es el de los jugadores. El de esos niños que cuando tienen una pelota sólo piensan en salir y disfrutar.