El jugador que volaba

El sistema. Era un jugador que volaba; inventó el fútbol racional al que le dio la magia de un agrimensor que conocía la teoría de los espacios; en su práctica introdujo a genios que vinieron luego, como Xavi Hernández y tantos otros; por él entraron en la práctica de sus invenciones astros como Romario y Laudrup; a ellos les añadió su inteligencia práctica, su picardía, e hizo de Guardiola su mayor discípulo en la disciplina de amagar al contrario para dejarlo en el suelo. Su consecuencia es el Barça, y por tanto Messi, que llegó más tarde, pero al que el sistema de Cruyff le sirve como un guante mágico.

Irrepetible. Pero Cruyff fue irrepetible; volaba como un chiquillo, y se comportaba en el campo como un señor al que había que tratarlo de usted y verlo jugar como soñando. Sus adversarios, como Jorge Valdano, decían que de él se quedaba a su paso veloz, como de astronauta sonámbulo, el perfume de un extraterrestre que hacía con el balón lo que le daba la gana hasta cuando no lo tocaba. Hizo mejor el fútbol, y por tanto a muchos verlo nos mejoró la vida. Queda la leyenda como un perfume inacabable. Johan Cruyff, futbolista.

El sello. Su marca es un sello que ha durado más que cualquier otro en el mundo del fútbol, si exceptuamos el ejemplo raro de Alfredo Di Stéfano, que fue un futbolista para todas las estaciones del campo, portería incluida, y, cada uno en su medida, Pelé y Maradona (y ahora Messi, dios mediante). Pero a Cruyff le asistió, quizá por la época, en que ya triunfaban cerrojos y catenaccios, su apuesta por la belleza como objetivo, como punto de partida y como fin. Desde que Cruyff tomó de su mano al Ajax y luego al Barça al fútbol se le encendió la luz, se hizo más ligero, más alegre, pero él se mantuvo serio y ceñudo sobre el campo, hasta cuando bromeó con aquel penalti que luego imitó Messi quizá como el último guiño a un genio que lo hizo todo por mejorar el juego en el campo.

El carácter. Ese carácter ceñudo de Cruyff no se endulzó jamás, ni siquiera cuando ganaba; era porque se tomaba tan serio el juego que nunca dejó que lo agujerearan los que eran ajenos al césped, al vicio de los entrenamientos y al buen juicio de las tácticas que él innovó. Él era una combinación perfecta de todos los que lo precedieron, Di Stéfano incluido; no admitía bromas a su lado, y por eso fue un martirio de las directivas, incluida la directiva azulgrana de todos los colores, desde Núñez a Rossell, que cometió la torpeza de desposeerlo de los honores que le habían dado Laporta y su hoja de servicios al Fútbol Club Barcelona.

Mágico. A bote pronto, ahora que acaba de fallecer, asocié su figura a las invenciones literarias de Gabriel García Márquez, el creador del realismo mágico. Era magia tangible la de Johan Cruyff; nadie que lo viera jugar hubiera dicho que eso era magia: lo hacía todo tan fácil, parecía todo tan previsible, tan adivinado, que se diría que tenía dentro Cruyff un pequeño motorcito con los guiones de sus jugadas hechos con tiralíneas. Es imposible concebir, con el cerebro de un mortal que tan solo ve el fútbol, cómo podía atreverse con esas cabriolas; pero él lo hacía, se atrevía porque en su concepto del fútbol nada podía ser tan sencillo como parecía, pero su genio lo hacía simple acaso para encandilar a los pequeños y crear la escuela increíble y mundial que ahora llora su muerte. Cruyff, qué futbolista, qué extraterrestre ser humano.