Dignidad e Iniesta

Torres. Fue un error expulsarlo. Su gol fue limpio, perfecto, una humillación para Ter Stegen. El descalabro azulgrana reclamaba una acción de dignidad, una fuerza que no desmintiera su estética. Para ello necesitaba a un hombre como Iniesta, y éste apareció cuando se esperaba al tridente. La clave del equipo era el orden, más que la pasión, pero Iniesta fue a la vez capaz de la pasión y del orden. Esos veinte minutos de la segunda parte constituyeron una expresión de dignidad liderada por Iniesta. Los remates y los goles fueron de Luis Suárez, pero el sosiego apasionado fue de Iniesta. Su lección de dignidad futbolística lo puso por encima de todos sus compañeros, goleador incluido. Torres lo vio desde fuera; él sabe que si Iniesta se hizo cargo del Barça es porque él lo destrozó en la primera parte.

La velocidad. El Atlético es un equipo contenido y veloz, que es una contradicción en sí misma. Nadie puede reprocharle nada a la táctica del Cholo, pues él es un entrenador pragmático que cuando agarra una presa (y un gol) no la suelta, aunque vaya con diez. Ahí atrás situó el microbús cuando echó el árbitro a Fernando Torres y esperó a que el Barça se desesperara. Pudo haber sido así, pues el equipo azulgrana se dejó llevar por la ansiedad, como en algunos minutos frente al Real Madrid, hasta que Iniesta se hizo cargo del juego. Para reforzar esta tendencia a volver a los orígenes sosegados de la pasión, Luis Enrique incorporó a Rafinha, a Sergio Roberto y a Arda Turan, como si quisiera reiterar su fe en los orígenes del fútbol barcelonista. Lo que no fue capaz de conseguir ante el Madrid el último sábado lo atrajo con esos jugadores en el campo. El reingreso de Rafinha es un mensaje interesante, pues es a la vez el relevo de Xavi y el hombre que viene a suceder en aplomo la actitud de Busquets. Todo eso no hubiera sido nada si Luis Suárez no hubiera estado atento a la obra telúrica de Alves y de Messi, que se empeñaron en burlar la mala suerte proporcionándole al uruguayo las oportunidades que éste aprovechó.

El árbitro. Es posible que haya peores árbitros, pero éste de ayer es bastante malo. A Felix Brych no se le fue el partido de las manos porque a los futbolistas les dio por seguir jugando al fútbol, ajenos a la voluntad disociadora de este señor alemán que expulsó a Torres y les sacó tarjetas a todos los futbolistas atléticos, prácticamente (ocho a los rojiblancos y tres a los azulgrana). Se libró Oblak, que por otra parte le dio al Atlético su noche de gloria, hasta que Suárez rompió esos amuletos. Ahora cabe esperar que estas circunstancias, el arbitraje sobre todo, no se repitan al regreso de la eliminatoria. El Atlético fue extremadamente digno y el Barça recuperó la dignidad. El conjunto del partido, exceptuadas las baladronadas del árbitro, fue una dignísima explicación del fútbol como un arte en el que la velocidad no tiene por qué dañar el juego. Y en este último extremo el Barça, perdónenme los que opinen lo contrario, dio algunas lecciones que no se darían en un campo de juego si en éste no jugara Iniesta.

La pájara. Al Barcelona le amaneció la pájara por debajo de las piernas de Ter Stegen. Fue la imagen más patética de este ingreso en los infiernos del Barcelona que se rindió ante el Real Madrid cuando aún no había empezado a respirar. Anoche se recuperó de la pájara a tiempo. Gracias a Iniesta.