La derrota merecida

La bolita. Vi el gol primero de Atlético en el bar La Bolita, en el centro del Madrid de los Austrias. Era imposible no escuchar el gol, además, porque allí se concentró la garganta atlética, como si fuera una metáfora, o un símbolo terrenal, de la afición más autorizada del mundo para sufrir. Cuando escuché ese grito de gol me di cuenta de que había, detrás del equipo de Simeone, mucho más que una garganta: había toda una voluntad de vencer, de plantarse en las semifinales de la Champions. Enfrente, el Barça en ese tiempo no generó, como me decía un amigo desde el campo, sino penuria y racanería. La pasión por los equipos tiene un límite racional, si es que se puede hablar de razón en estos episodios tristes que vivimos ahora los barcelonistas; y ese límite son los jugadores. La falta de dedicación de los nuestros, por apoderarnos así de estos multimillonarios, se reveló en esa primera parte como un prolegómeno de la comprensible alegría en La Bolita.

Confusión. Iniesta lo intentó; siempre ocurre, pero el Barça no estuvo por la labor del orden. Los jugadores de Luis Enrique eran cuatreros en medio de un desierto, disparando a la nada desde una superficie de dudas, a las que el manchego quiso ponerle orden. Fue imposible, porque ni Messi ni Neymar ni Suárez ni el sursuncorda fueron capaces de arreglar el desaguisado de la tristeza. El genio de Fuentealbilla es el orden, pero el Barça fue el desorden, y uno solo no sirve para ponerle en la cabeza la razón futbolística a tanto despistado.

El objetivo. El Barça acostumbra a marcar, y a hacerlo en la primera parte, como si ahí agarrara el equipo el talismán. Pero en ese periodo se hizo lo peor del Barça, como la caja negra de su fracaso. Neymar jugó, como acostumbra últimamente, contra sus sombras; ensimismado, el equipo afrontó sin rumbo su antigua ambición de gol, y fue tan enorme su desastre, el desastre del Barça, que habrá que ver este partido diez veces, o mil, para entender al fin cómo ha vuelto este equipo a la negra era del Tata Martino sino haber entendido que estaba en el siglo XXI del fútbol que, ay, había reinventado. El papel de Messi fue lamentable, desde el punto de vista de su extraordinaria historia. Tan elemental es ésta que se hubiera pensado que él iba a ir siempre adelante, que es su sitio natural; pero fue hacia atrás, como si de esa manera significara ese juego de cucaracha que ahora ha asumido el Fútbol Club Barcelona.

Mejoría. El Atlético supo qué era el Barça en el segundo tiempo; pero ya era tarde, no hubo remedio. Los habituales de La Bolita tuvieron aún la satisfacción de sentir la alegría de otro gol rojiblanco; el Barça fue superior casi siempre, pero no tuvo consigo la alegría que aparecía en ese bar como en el campo. El equipo que perdió la alegría perdió así el partido y la eliminatoria. A lo mejor es que lleva algún tiempo perdiéndolo y ahora tan sólo tendrá que verse en el espejo roto de sus ilusiones penúltimas.

El penalti. Siempre hay penaltis en estos partidos tan disputados. Pero los aficionados no debemos afanarnos por encontrar razones a nuestro favor para despedir y justificar una derrota. Yo les digo qué hago en estos casos: no leo periódicos, no escucho la radio. Me encierro a llorar la desgracia mientras, justamente, los atléticos de La Bolita manifiestan su justa alegría.