¿No podía durar más vueltas?

Si queríamos F-1, pero F-1 de verdad, seguramente lo que nos ha regalado la mañana del domingo es eso. No se me ocurre mejor manera de ver a la élite del automovilismo en pista. Las siete primeras vueltas fueron un festín, una locura para la que no teníamos ojos. Aún me sonrío recordando al pobre Merlos, en la retransmisión televisiva de Movistar+, repitiendo aquello de "recapitulemos...". Y entonces surgía un nuevo lío que le obligaba a posponer su repaso a cómo estaba la carrera. A quien me hubiera gustado oír en esos momentos es a un octogenario con pelo a lo Warhol, jefe de esa F-1 que en los últimos tiempos provocaba el bostezo; lo imagino riéndose, frotándose las manos, disfrutando con esa locura de carrera que responde fielmente a lo que él busca. Velocidad y lucha. Esa es la fórmula, no hay otra.

La carrera ha sido tal que las 56 vueltas se nos hicieron cortas. El café se ha quedado frío, ni lo he tocado, no tuve tiempo. En la vuelta 12, por ejemplo, el surtido de escuderías en el Top 10 no podía ser más amplio: Mercedes (Rosberg), Red Bull (Kvyat), Williams (Massa), McLaren (Alonso), Force India (Pérez), Ferrari (Vettel), Williams (Bottas), Manor (Wehrlein), McLaren (Button) y Toro Rosso (Sainz). Y Shanghái nos deparaba otro doble mortal con tirabuzón: el adelantamiento más espectacular llegaba en el pit lane. Así, literal. Lo protagonizó Vettel, que demostró ser campeón más allá de sus cuatro títulos al conocerse la reglamentación al dedillo y pasar a Sainz y Hulkenberg en ese acceso a boxes. Se olvidó de la NASA de botones que monta en su volante y los adelantó de una tacada, como esos que van haciendo zig zag en la M-30. "Recapitulemos...", decía el comentarista. Fue de agradecer no poder hacerlo. Ni siquiera tantos millones de ojos chinos daban abasto.