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Peores presagios

Actualizado a

La dignidad. Messi levantó la cabeza después de una rápida jugada de Jordi Alba y marcó. Fue el gol de la dignidad. Esta expresión, que es uno de los más pobres tópicos del fútbol, suena, referido a ambos protagonistas, como el llanto de una plañidera. Que Messi sea el mejor sobre el campo y solamente marque un gol, y que además su equipo, el Barcelona, que es el nuestro, únicamente marque ese gol en varios partidos, es una triste expresión del mal juego o de la mala suerte. En las ocasiones anteriores, en los encuentros en Donosti y en el Calderón, fue el mal juego; esta noche hubo mala suerte, pero esta excusa sirve para los espíritus cansinos. El Barça no se puede escudar detrás de ese argumento viejo como la palabra pundonor. Ni organizó bien su medular, ni usó bien a los extremos, y ése es el fallo del que se viene advirtiendo, hasta desde las filas adversarias. Un atlético me avisó hace nada: los extremos fallan, la medular flojea, la defensa está vendida, y el tridente se tambalea. Como la filosofía atlética se transmite automáticamente, el Atlético nos envió a la grada el último miércoles. Y el Valencia, que debe tener línea directa con esas líneas de transmisión rojiblancas, debió captar también el mensaje. Resultado, este desastre.

Predicciones. Ni un gurú de intenciones oscuras hubiera adivinado este momento de la Liga; pero al Barça le pasan estas cosas desde tiempo inmemorial. La culpa es de nuestra arrogancia, de esos tuits, del periscope de Piqué, de los disfraces de Dani Alves, de las tristezas de Messi, de las botas de Neymar, que se desatan como los cuervos sobre el Camp Nou. Es posible que esas sean las culpas, pero lo que pasa es que esta pájara ya dura tanto que lo que parecía un paréntesis provocado por la fiebre blanca ya dura tanto que parece que el equipo se ha ido, como en el tango, cuesta abajo en la rodada, y ha abierto un triste corchete. Las predicciones de que nos iba a ir mejor que nunca se están desmoronando, y ahora ya la cara de la vida es la cruz del Barça. Los fallos de sus mejores futbolistas, ese mensaje que lanza Neymar con sus descuidos, el desacierto de Suárez, la voluntad interrumpida de Iniesta, la voluntad impetuosa, pero infructuosa, de Sergio Roberto, son elementos de un conjunto de factores que sólo se pueden resolver, ahora, dándole la vuelta a la tortilla. ¿Y cómo se consigue todo esto? Volviendo al principio, a los principios de Cruyff y de Guardiola. Si pierdes el balón pierdes el partido. Y el Barça lleva sin balón desde hace bastante rato, desde que este paréntesis se convirtió en corchete.

Fútbol. Pero no nos crezcamos en la descripción de la derrota; ya nos sacarán los colores, y con razón, los adversarios, que se están encaramando con un peligro escalofriante. Digamos en descargo de la noche que el equipo salvó el fútbol en muchos momentos de la segunda parte, como si en esa expresión de lucha se manifestara una autocrítica. Hace falta mucha reflexión para que ese gesto de cierta autoridad futbolística, que por otra parte no fue a ningún sitio, se convierta en luz; ahora el Barça, a pesar de esos destellos, está superado por sí mismo, por el peso de la púrpura que ya ha perdido casi del todo en menos de lo que canta un gallo. Ahora es algo tarde, pero la luz no se ha apagado del todo; es curioso, el que más sombra tenía es el que ahora parece luminoso. Algo es algo. Pero Messi no lo es todo, como se viene demostrando. Lamentablemente anoche lo fue casi todo. Y ese Barça no tiene porvenir, sino pasado.