Es sólo (buen) fútbol

Está pasando algo muy interesante en este final de Liga. Casi se lesiona Messi y casi se lesiona Cristiano. Como si fuera un símbolo de la fatiga de materiales (de materiales humanos, tan delicados) que producen campeonatos así, los dos astros del fútbol español (ambos extranjeros, ay) se rompen (aunque sea levemente en el caso de Messi, y Cristiano con una sobrecarga muscular, según el parte oficial del club) y tiemblan sus equipos. Es un símbolo, sí, de la fatiga de materiales, pero también del individualismo al que han conducido el fútbol los equipos grandes de este campeonato.

El individualismo tiene contraindicaciones, en el fútbol y en cualquier actividad de la vida. Cuando funciona nadie habla de él, como decía ayer Zubizarreta en una entrevista en El Mundo. Mientras funciona Cristiano, mete goles o da pases decisivos, nadie dice ni media. Y lo mismo, o aún peor, sucede con Messi. El otro día iban tres minutos de partido, en Riazor, y en mi programa favorito de radio ya clamaban sobre el fracaso que estaba siendo Messi sobre el campo; se unió incluso el maestro Luis Suárez, que después tuvo ocasión de contemplar el pase (de Messi) que produjo el excelente primer gol del otro Suárez (nueve minutos después de la proclamación de fracaso con que se había iniciado el partido).

Pero es cierto que ambos equipos son altamente dependientes de ambos astros. En el caso del Barcelona, ya desapareció Messi del mapa bastantes semanas, y fue, curiosamente, el tiempo en que resurgió el juego azulgrana como resultado de un conjunto de actitudes; incluso ahí se puso de manifiesto la habilidad de Neymar para combinar con los otros, para hacerlos marcar o para marcar él mismo. Esa fue la primera piedra del tridente, que tanto depende de Messi como, por lo que se dice de él, de Neymar, a quien le caen ahora tan gordas como a Bale en el Madrid.

Como todos los juegos que dependen del azar, y el fútbol en cierta medida es puro azar, aquí se buscan argumentos de todo tipo para justificar nuestra desazón. Si no hubiera tridente los aficionados del Barça hubiéramos culpado a Bravo, o a cualquiera, de todos los males habidos en estas recientes derrotas; pero como ganamos en Riazor, y por un tanteo tan abultado, ya no es culpable ni Luis Enrique, cuyo carácter, por cierto, defendió con galanura Zubizarreta en la citada entrevista.

Hay un cuento de Cortázar que se titula ‘No se culpe a nadie’. Lo uso mucho para advertir a mis amigos que seamos compasivos con los errores en el fútbol. Y seamos solidarios con los futbolistas que se lesionan, aunque sean los mejores del mundo. Cuando ellos desaparecen siempre existe la posibilidad de disfrutar de la posibilidad de que le debamos los triunfos a los conjuntos y no a los astros en torno a los que los demás giran. Creo que se vayan de vez en cuando le viene bien a la reivindicación del buen fútbol de equipo.