Francesc Via

Lo que fue el Tamudazo

Hemos aparcado la calculadora del descenso para imaginar, animus iocandi un nuevo e imposible Tamudazo. Lo hacemos por incordiar, porque Tamudo solo hay uno y ni el más iluso de los pericos puede, con medio pie sobre el suelo, recrear aquello con los protagonistas actuales. Pero la importancia del Tamudazo no reside en el hecho de cambiar el signo de una Liga, sino que fue un punto culminante para determinar el estado de putrefacción de la moralidad nacional. Para empezar, la mano de Messi. Tamudo evitó que el Barça fuese campeón no solo haciendo trampas, sino alabándolas. Deberían agradecérselo. Y aún hoy, aquella ilegalidad se la apuntan como genialidad, reduciendo sin darse cuenta el talento de Messi al de una fotocopiadora.

Súmenle a ello la rabieta de los periodistas y radiofonistas que lo relataron, que certificó el hecho único en el mundo: el Espanyol es un equipo extranjero en su tierra. Apátridas. Y con los reproches, insultos y condenas que escuchamos cada año desde entonces, el Tamudazo legó a los culés una maldición final: inmortalizaron a aquel que habían negado el reconocimiento por ser máximo goleador catalán de la historia. Tamudo. Don Raúl.  Le queda algún golito en las botas. Que no diera yo por verlo este domingo.