La cordialidad imbatible de Cerezo

Ayer nos visitó Cerezo y nada más entrar en la redacción se encontró a Roncero vestido con una camiseta de esas que no sé de dónde saca. Era el cabezazo de Sergio Ramos, de hace dos años, con el minuto fatídico debajo. Nada premeditado. Tomás Roncero usa atuendos extremos en fechas significativas, y esta semana lo vale. Cerezo lo aceptó con regocijo, de la misma forma que miró con curiosidad cinematográfica el altarcillo que tiene en torno a su ordenador. Estatuilla de Juanito, lata de cerveza de Puskas, bufanda de Zidane y hasta un rifle de coñac armenio, regalo de un madridista de aquel país.

Luego pasamos a charlar, a charlar de fútbol. La jovialidad con que se tratan Roncero y Cerezo siempre nos ha resultado entrañable, tienen ese punto de afinidad que provocan el fútbol y el optimismo antropológico, cosas ambas que les unen. Intercambiaron bromas, intercambiamos bromas todos, en una reunión en la que había gente de los dos bandos. El fútbol como lo que es, como tema de conversación, como fuente de bromas inofensivas, aunque aún se le cargan culpas lejanas, muchas imaginarias. El fútbol no es tanto tema de disputa como excusa para aquellos a los que les gusta la bronca.

Por lo demás, le vimos tranquilo y alegre. Lo único que le pesa es no haber podido disponer de diez mil entradas más, porque tal es el número de atléticos que, calcula, hubieran querido ir a Milán y no podrán. Como el de madridistas. Pero, eso aparte, luce la ilusión que provoca la inminencia de un partido que coloca a esta ciudad en el centro del escenario. Ya son varios años los que lleva el Atlético haciendo las cosas bien, tanto como para meterse entre el Madrid y el Barça, tanto como para repetir final europea al cabo de sólo dos años. Hay un espíritu atlético que encarna muy bien Cerezo.