Luis Salom se fue persiguiendo su sueño

No hay lugar para el consuelo en una tragedia como la de Luis Salom. Así que no pretendo buscarlo. No me puedo quitar de la cabeza la imagen de su madre, omnipresente en los circuitos, sufriendo en cada carrera de su hijo, llevándose las manos a la cara, temblando en los adelantamientos, llorando de alegría en las victorias y de desilusión en las derrotas. Imposible ni siquiera imaginar sus sentimientos en estos momentos. Quizá sólo le quede pensar que su hijo se ha ido pero lo ha hecho persiguiendo un sueño, siendo feliz con lo que daba sentido a su vida, esa misma pasión que ahora se la ha arrebatado. Demasiado joven para morir, sin duda. Pero al menos cada uno de los días en que se subió a su moto, desde que era un niño, fueron tan plenos como para invitarnos a creer que algo de esto puede tener sentido. Aunque no lo tenga...

Quizá otro Luis, no este piloto, hubiera tenido una existencia más larga pero no más plena. El eterno debate, saber si es más importante cuánto vives o cómo vives. No me imagino a un chico tan valiente, tan intenso, tan convencido de lo que hacía sentado detrás de la mesa de una oficina o buscando la tranquilidad profesional preparándose unas oposiciones. Ha vivido 24 años, pero qué 24 años... Quería ser el mejor, campeón del mundo, medirse con los más grandes y sacarse la espina de aquel título de Moto3 que pudo haber sido y no fue. En ese empeño estaba y el desafío le hacía sentirse bien. Asumía el riesgo, había sufrido ya las punzadas de las lesiones, aunque posiblemente le dolieran menos que las de las decepciones. Todos lo saben, todos lo aceptan. Esta será una herida difícil de cerrar para quienes amamos el motociclismo, sólo nos puede ayudar a seguir adelante el convencimiento de que la vocación de estos héroes es más poderosa que el miedo. Incluso a la muerte. Nunca le olvidaremos. Descanse en paz.