Del Bosque: el más humilde de los grandes

Del Bosque se va, su ejemplo queda. Como futbolista, como hombre de cantera, como entrenador, como seleccionador. Criado a la sombra de Molowny, humilde como fue aquel. Respetuoso con todos, partidario de mandar con la convicción, no con los galones. No ha entrenado muchos años, porque invirtió gran parte de su tiempo tras colgar las botas en sostener la cantera del Madrid que, por cierto, no volvió a ser lo mismo desde que él se fue. Pocos años, decía, como entrenador, pero muchos títulos grandes, lo mismo en el Madrid que en la Selección. Su método se discute, pero sirve, no hay duda.

En la Selección no lo ha tenido fácil. Heredó algo grande y lo supo preservar entre recelos. Para el madridismo florentinista, que tantas terminales tiene, era una acusación viva por la forma en que le echaron, y le buscaban las cosquillas. Para los atléticos, era un madridista que llevaba a pocos de los suyos y le buscaron también las cosquillas. Paradójicamente, fue en Barcelona donde menos se le discutió, porque no tuvo empacho en valorar el enorme aporte de jugadores de aquel club. Manejó con acierto, apoyado en Casillas, Xavi y Puyol, las grandes crisis que desató Mourinho.

Hablando de Casillas: es admirable la forma en que se ha producido su relevo, casi sin sentirlo. Hombre de paz, de concordia, estima el fútbol como algo edificante, no como un mundo de luchas y polémicas. Merece la pena recordar su discurso al recibir el Balón de Oro como entrenador, que fue todo un elogio al fútbol. Merece la pena igualmente recordar su dedicatoria tras el Mundial de Sudáfrica a la gran familia del fútbol español, a todos los jugadores y entrenadores de cualquier categoría que pasan su vida luchando por un sueño. Merece la pena recordar su permanente ejemplo.