Pesó más el miedo que la ambición

Debe ser cosa de genes. Cuando se está a punto de ganar algo, pesa más el temor a perderlo que las ganas de obtenerlo. Con ese principio que parece ineludible, Gales abandonó lo que le había llevado hasta las semifinales y dejó que la táctica se confundiera con el temor. Nadie se atrevía a nada ni a conducir ni a regatear ni a presionar demasiado cerca por si era superado. Solamente Bale, que se retrasaba para hacer de controlador, pasador y desequilibrante, ofrecía aventuras individuales que a veces acababan en centro y otras en chutes desde fuera del área. Lo que estaba ocurriendo (esa espera ansiosa al error definitivo del contrario) no lo hubiera salvado ni Ramsey. El terror se apoderó de todo y a Portugal le bastó con estar bien plantado en su campo, impidiendo que Bale tuviera espacios, y con lanzar algún balón al área por si Cristiano estaba inspirado. O un córner, como en el primer tanto.

Ahí se planteó una situación interesante. A Bale le tocó poner una marcha más. Era él o nadie. Pero llegó el chute de Cristiano desde fuera del área desviado por Nani. A menudo se nos olvida que, para llegar donde ha llegado el crack portugués, se ha de hacer muchas veces lo de anoche, no sólo en una semifinal. Iba para partido bisagra entre las dos estrellas, pero fue un recordatorio del valor de tener a alguien como Cristiano, incluso su nueva versión de influencia reducida. Quizá nadie estuvo mejor que Bale en el torneo, pero Cristiano apareció en el mayor escenario.