Entre el ridículo y el esperpento

La buena racha de Sampaoli se quedó en Bilbao. Allí, repitió una demostración de carencias que ya se reflejaron en choques anteriores. Había salvado los muebles gracias a la chispa de Vitolo y las paradas de Sergio Rico, pero ante el Athletic volvió a inventarse un esquema lleno de piezas secundarias incapaces de agarrar el dominio del juego, el mismo que siempre fue vinculado a su filosofía intocable. El discurso no se parece en nada a la realidad y en esta ocasión el resultado no salvó la imagen. La clasificación es la mejor noticia para este Sevilla, que tiene mejores números de lo que reflejaron sus intenciones.

La puesta en escena en Bilbao dejó indicios de una misión imposible. Sampaoli decidió dejar a Sergio Rico en el banquillo para rotar en una portería que estaba salvando puntos. Sirigu terminó el duelo con una agresión ridícula a Aduriz que obligó a Iborra a estirarse sin éxito en el penalti lanzado por el vasco. Fue la imagen que ejemplificó el choque diseñado por el técnico chileno: ni el propio once de inicio creía en poder salir con vida de San Mamés. No fue el brillo del Athletic el que condenó al Sevilla, ni siquiera sus errores defensivos, sino la inexplicable sensación de un ausente deseo de protagonismo sobre el campo. El mismo que el técnico tiene escrito en su libro de ruta.