Cristiano Ronaldo y la gestión del tótem

Este Madrid, que siempre ha sido más equipo de futbolistas que de entrenadores, ha gravitado alrededor de Cristiano Ronaldo desde su llegada en 2009, un fichaje que en su día asombró por su precio. Ahora se considera razonable para cualquier gran goleador. Cristiano justificó la contratación desde el primer momento. En el Real Madrid ha conseguido sus mejores números, estratosféricos en muchos casos. Se ha ganado el derecho a erigirse en el segundo mejor jugador en la larga historia de un club que ha contado con un ejército de estrellas.

Todavía hoy, el Madrid es el equipo de Cristiano Ronaldo, muy por encima de cualquiera de las otras figuras del equipo. Lo sabe Cristiano y lo saben los jugadores, el entrenador y, muy especialmente, el presidente. Importa poco que estemos ante una versión precaria del jugador portugués, renqueante en el último tercio de la temporada anterior y víctima de una lesión en la rodilla durante la final de la Eurocopa. Tampoco la edad rebaja su autoridad. El Madrid fue el equipo de Di Stéfano hasta su último día con la casaca blanca. El problema, y ya ocurrió con Di Stéfano, es cómo gestionar la caducidad de un tótem.

Cristiano debería estar lejos del declive, pero es evidente que no es el apoteósico delantero de sus mejores días. Todo le cuesta un poco más, hasta marcar goles. A las recientes lesiones se añade el desgaste de una trayectoria triplemente larga, por su extensión (son 13 temporadas en la primerísima fila del fútbol mundial), por la cantidad añadida que supone jugar en equipos como el Manchester United y el Real Madrid y por una resistencia al descanso que sólo ha compensado con una profesionalidad extraordinaria.

Camino de los 32 años, todos estos factores tienen que influir inevitablemente sobre Cristiano. A veces ha parecido un cyborg procedente del futuro, pero no deja de ser humano. No será fácil para nadie la administración de un jugador de estas características, como no lo será en el Barça con Messi.

Son planetas demasiado grandes como para gestionarles con soluciones sencillas. En el ambiente se advierte la preocupación por el estado de Cristiano. Todos piden descanso y es una idea más que razonable. Zidane piensa lo mismo: le retiró del campo en el Insular cuando el partido todavía no estaba decidido. Pocos discutirían esa decisión, excepto Cristiano, que tiene el apetito competitivo de un Gargantúa y un ego descomunal.

Zidane, un aventajadísimo discípulo de Ancelotti en la diplomacia futbolística, tendrá que librar a partir de ahora un duro combate entre lo que le pide el cuerpo, administrar el tiempo de un jugador que ha perdido una parte apreciable de su exuberancia, y lo que le plantea Cristiano Ronaldo, que no es otra cosa que jugar siempre hasta el último segundo.

Como tantas cosas en el fútbol, no se trata de la lógica, sino de los delicados equilibrios que sostienen a un equipo. El Madrid no se puede permitir un Cristiano fatigado y disminuido, pero tampoco se puede permitir un Cristiano irritado, más aún cuando el club ha decidido apostar por su liderazgo en el duro trance de la sanción de la FIFA, que impedirá cualquier fichaje hasta enero de 2018, si el TAS no lo remedia. Florentino Pérez, que pudo utilizar esta coartada para buscar el traspaso de Cristiano, decidió mantenerle como la gran referencia del Madrid. No le faltaban razones, pero no sin algunos peligros: el cuestionable estado físico del jugador y el conflicto latente que se genera con episodios como el del Insular.