Rubén Castro: ¿dónde estaba usted en el 92 (y en 2010)?

"¿Dónde estaba usted en el 92?" Manuel Ruiz de Lopera despreciaba la historia del Betis anterior al año en que sus millones (y tal vez los del propio club, que eso se decide ahora en un Juzgado) lograron evitar una desaparición segura. Preso probablemente de los celos, Lopera pretendía hacer olvidar los logros y sobre todo a los ídolos de otro tiempo, esos futbolistas, entrenadores y directivos que escribieron con oro su nombre en una leyenda tan especial como la de las Trece Barras. Algunos referentes como Rafael Gordillo lucharon contra los peores tiempos del empresario de Jabugo y forman estos días merecida parte de la nómina bética. Otros no han corrido la misma suerte.

Manoseado ahora por una facción en la que se detectan aires de revancha, desde que echó a Lopera y a Oliver el Betis sólo ha sabido rescatar a los héroes de una manera sectaria, incompleta. Aquellos por ejemplo que brillaron bajo el mandato de 'Donmanué' conservan cierto aire de malditismo que impide a muchos de ellos entrar a trabajar (o simplemente colaborar) en las oficinas del Villamarín o el césped de la Ciudad Deportiva. Otros, y el caso más significado es sin duda el del 10 Julio Cardeñosa, sufren de ostracismo tras manifestar su opinión libre e independiente, actitud que persiguió Lopera y que tampoco soportan del todo los actuales dirigentes... O, más bien, los que les susurran y/o pelotean por delante y/o por detrás.

El tímido Rubén Castro nunca levantó la voz. Lo fichó Luis Oliver, lo rescató para el gran fútbol Pepe Mel, al que siempre ha mostrado su agradecimiento, y poco antes y mucho después de la llegada de los gestores del 'Betis libre' (diciembre de 2010) se ha dedicado a meter goles y goles para ascender al club dos veces, para salvarlo, para meterlo incluso en Europa... Hasta convertirse, ya de largo, en su máximo goleador histórico. Rubén sólo pide estos días en los que sigue goleando un gesto de reconocimiento que tiene que ver con el dinero y con su tranquilidad laboral, claro, pero que sobre todo dignificaría lo mucho (en los últimos seis años, casi todo) que él ha hecho por el futuro deportivo del club: ese montón de millones y millones que han significado sus decenas de balones a la red. Dejarle salir sin darle dos simples años más de contrato sería pisotear otra vez el escudo y la historia del Betis.