El viejo régimen del fútbol

Iniesta. Estos genios del fútbol tienen alas, son como pájaros sin sed que corren como si volaran, y se aposentan con dolor cuando les cortan las alas en pleno vuelo. Le pasó a Iniesta, este noble ejemplar humano que desata pasiones cariñosas y tarascadas como la que ayer tarde lo llevó a la lona. El repertorio de lesiones que dijo la radio que tenía Iniesta por esa grave caída es tan largo como, quizá, sea su convalecencia. La falta de Iniesta en el campo se notó en el Barça de Mestalla; se notará más ahora que empiece a recuperarse de esa caída que fue tan dura como la piel del campo.

Alves. El portero del Valencia es un héroe del viejo régimen del fútbol. Conserva la serenidad entre los palos, pero sale de allí si lo urge la rabia. Ayer tuvo rasgos de guardameta perfecto, y al final se soliviantó tanto que parecía que Messi iba a fusilarlo mientras él se curaba de la rabia. Pero, no; con una serenidad que recuerda a la de Ramallets o a la de Casillas se metió de nuevo bajo los palos y, como si en el larguero tuviera un talismán, se serenó y a punto estuvo de quitarle a Messi el gusto de la tarde: ganar en el último minuto y de penalti… No, no, me pareció que no era injusto el penalti. Fue injusto el primer gol, el del propio Messi, porque Luis Suárez estaba allí, vivo en la jugada. Pero el penalti lo fue, y Messi y Alves se midieron con armas diferentes pero con una sola voluntad: hacer lo mejor, lo único que podían hacer. Ganó Messi. El triunfo no fue redondo, más bien fue picudo, como decía Ángel Ganivet que eran algunas ideas.

La botella. El filósofo Ganivet decía que eran picudas las ideas cuando no estaban bien cocinadas. Y el triunfo del Barça fue picudo y la posibilidad redonda, perfecta, que se le presentó al Valencia, a la afición, al nuevo entrenador, se quedó en nada en esos últimos sesenta segundos que llevaron al equpo azulgrana al liderazgo provisional de LaLiga. Se entiende la desesperación valencianista, el gesto desesperado de Prandelli, que pasó de la ilusión a la decepción, cuando el penalti se adueñó del fin del partido... Pero nada justifica esa botella que impactó en la cabeza de Neymar. Eso es lo perverso del fútbol; en un partido que era fútbol de antes, el fútbol del antiguo régimen, en el que dos rivales históricos recuperaban su buena manera de competir a cara de perro, para disfrute de los buenos seguidores, ese lanzamiento infecto lo oscurece todo. Luego los futbolistas mejoraron al graderío y se saludaron, aunque en el medio campo hubo ansia de tangana. La botella es ahora un infausto recuerdo de un partido grande.

Messi. Este futbolista inigualable es la seda sobre el césped; pero lo vimos enfadado, gritándole al que en la grada deslució el final de un partido majestuoso; no es muy común que el argentino se cargue de razón; choca con futbolistas a los que luego sonríe, se saluda con todos cuando se va al vestuario, pero ayer se encaró con la grada por ese botellazo, con palabras gruesas nacidas del potrero de Rosario y también le protestó hasta la tarjeta a un juez de línea. Luis Suárez, el mejor comentarista del mundo y antes Balón de Oro como jugador, que está en Carrusel, se hizo cruces, porque no es común que a Messi lo multen. Cuando se encaró con el lanzador de las botellas pensé que a lo mejor lo que pasa es que frente a este Fútbol 2.0 que vivimos en la actualidad el crack del equipo azulgrana ha descendido de los cielos y se ha vuelto humano, como eran los futbolistas cuando el balón sonaba como si estuviera recién hinchado.