Tercer tiempo

Gento y don Alfredo

Ahora tiene el Madrid en la presidencia de honor a Gento y el espíritu de Di Stéfano en la gloria. Pero ese espíritu también se personifica en Morata, que viene de la cantera y tiene la capacidad de resolver, en el penúltimo minuto, lo que ninguno de los ases es capaz. Este resultado (2-1) se debe a ese muchacho que resuelve cuando el Madrid suspira asustado. Como don Alfredo y como Gento, vivos hasta el último minuto.

El poder y la gloria

Los sevillistas cantan su himno en francés. Aggebato. Así lo pronuncia Nzonzi, que parece Thierry Henry más sonriente. A él le debe el equipo blanco haber neutralizado, con su aggebato, el arte increíble de Griezmann, que tampoco pronuncia la erre. Pero el juego que hicieron los dos equipos, ambos arrebatados, deja la idea de que LaLiga viste de muchos colores. Los dos tuvieron poder, sólo un color se llevó la gloria.

Suerte, de amarillo

Al Atlético se le rompió la racha, pero el Villarreal no para de puntuar. A la Unión Deportiva, que demostró que juega como soñó Guedes, se le fue la suerte, dejó que los levantinos le levantaran un partido que defendió con la calidad que es costumbre. Le pasó como al Valencia, que tuvo en sus dedos el cuello del Barça y lo dejó escapar en el último suspiro, que es también un suspiro reglamentario. Como el penalti de Messi.

Rabia en Mestalla

El partido del Valencia (no el partido Valencia-Barcelona: el partido del Valencia) es único entre miles de partidos. El equipo de Prandelli dispuso de una ocasión perfecta para derrotar al Barça: tuvo la rabia de ganar y halló a los azulgrana sumidos en el desconcierto. Hubo un rato que dependió de sí mismo y el Barça no existió. Jugó a solas el partido, con rabia. Pero la malgastó. Ahí acabó su partido.

Azar e incidentes

La rabia le duró poco, porque despertó el Barça de su aturdimiento. La escena de Iniesta en el suelo fue mucho más que un dolor: fue una tragedia, y hubo casi cincuenta minutos de duelo. Acaso porque Iniesta no estaba, en un momento determinado despertó la otra rabia: la de Messi. Denle un minuto y mueve el mundo. Le dieron dos minutos y le devolvió la rabia al Valencia, pero en el sitio equivocado.

Control del tiempo

En el fútbol la afición no controla el tiempo, cree que es infinito. En el campo también se vive ese disloque; somos los que estamos en casa, viendo el cronómetro de la televisión, el cartel del cuarto árbitro, nuestro propio reloj, los que sufrimos el último minuto, ese que, según Kipling, te puede llevar al cielo o al infierno. Parecía que el minuto que faltaba, aquellos segundos “que te lleven al cielo” iban a pasar en seguida; los detuvo Messi.

El genio del genio

Sólo los grandes pueden detener el tiempo. Messi se vengó de los malos tragos del partido y mostró un lenguaje corporal desconocido: ese puño en alto, como Pablo Iglesias en el Congreso, al final de sus tatuajes, significaba una nueva estética, como si rescatara del fondo de su alma todas las vísceras que tenía dormidas. La afición de Mestalla supo en ese instante cómo acaba la dimensión de un sueño.

El tango, el chotis...

Ese triunfo de último minuto, como tantos del Real Madrid en los últimos tiempos, como los del Atlético, es uno de los valores del fútbol. Se recuerdan más los partidos así, que dejan a LaLiga en un tarantantán. La gesta (también la gesta de Undiano) de Valencia puso a los primeros de la tabla a bailar un tango, o un chotis, o un pasodoble en la tarde del domingo. LaLiga vuelve a ser la misma.