Era imposible, pero fue bonito cómo soñó León estos 10 días

El campeón, mi padre, y la lotera, mi madre, vivían en Barcelona cuando yo nací. Un mes antes ella cogió un tren rumbo a Villaestrigo, a Zotes: yo debía nacer allí, en casa, León. Me enorgullece contarlo, como si eso fuera lo escrito en los puntos suspensivos que siguen al Lugar de Nacimiento en mi DNI. Cuando crecí, en León no había fútbol. O sí, pero muy bajito. Entonces León era baloncesto, Elosua, Xavi Fernández. Después, balonmano, Ademar, Juanín. El fútbol era un blanco en mi cabeza. Una vez pregunté a mi padre: “¿Por qué aquí no hay un Atleti?”. “Lo hay, se llama Cultural y jugó en Primera, pero de eso hace mucho: yo no había nacido”. Le miré y le vi muy grande. Comprendí: ese mucho debía tener muchos años.

De La Puentecilla lo que recuerdo es que se llamaba Amilivia y que, allí, ante su puerta gris, conocí a mi amiga Natalia en la cola de un concierto de Alejandro Sanz. Hoy sé que el césped que aquel día pisé estaba lleno de historia. Que allí jugó Di Stéfano. La Leonesa en Primera. César. Y Ovalle, Villafañe, Larrauri, Zuazaga y un Jabalí del Bierzo. Ayer me hubiera gustado teletransportarme al Reino. Me gustó la Cultu de Rubén. Y Benja. Y Gallar. Lástima encajar tan pronto. Aunque el 1-7 me da igual: León y su fútbol llevan dos semanas bajo el foco y con eso me quedo. Las niñas de siete años tardarán en preguntarles a sus padres allí por qué en León no hay un Atleti.