Tercer tiempo

Vestido de verde

Desde que Alfredo Relaño dijo en Carrusel que no le gustaba el verde de la camiseta del Leganés me temí lo peor. Uno no se viste de lo que tiene, así que vestirse de esperanza es empezar a perderla. Esa es una de las versiones del verde. La otra es lo juvenil, lo inmaduro. El Leganés está verde, y LaLiga no son sueños baratos. Tú vas al Bernabéu como Dios manda, maduro para la victoria no con la boca abierta.

El cuchillo en el aire

Con ese ropaje verde, la inmadura defensa del Leganés le dio la bienvenida a Bale como si éste fuera un párvulo que les iba a ahorrar la vergüenza de los goles. Y las dos veces que el galés hizo ver su cuchillo en el aire acertó como si entrara en mantequilla. Como no hubo más partido, Morata aprovechó la ocasión para seguir siendo Morata. El resto del partido no fue verde ni nada. Fue más cansino que maduro.

Fútbol de vermú

En la Península ven estos partidos de las doce cuando la boca se hace vermú; pero en Canarias, donde estoy, ese mediodía se convierte en las once, y parece que uno va a misa cuando entra en los bares a ver al Real Madrid jugando. Si no fuera porque los italianos que mandan en esta playa son buenos, no habría ni bares abiertos con fútbol. Y el partido era tan malo que daba vergüenza que la gente viera a un señor mayor mirándolo.

Último suspiro

Estos equipos verdes caen en seguida ante el cuchillo afilado de los Bale de turno. Había un aliciente: ver a Modric, pero llegó tarde, cuando el espectador solitario estaba cansado de ver la verdura del Leganés. Otros partidos hicieron vibrar el alma del espectador. Las Palmas ya es fruta madura, la cáscara de un plátano que pisó el Éibar en el último suspiro. Sabe esperar la Unión Deportiva.

Ambición frustrada

Al Valencia le pareció de oro su penalti, pero ahí estaba el Celtiña para mostrar que de veras es verde esperanza. Este equipo es de veras, nadie le tose más allá de lo que se espera; y el Valencia parece hecho para seguir sufriendo, ahora en italiano. A los grandes les pasan estas cosas: tropiezan y siguen tropezando, se acostumbran. Miren el gran Atlético. Fue maduro a San Sebastián, y se cayó de verde del guindo. La Real es mucho.

El penalti, un trabajo

Es curioso: Simeone se acordó de poner a jugar de veras a sus futbolistas, acostumbrados a sacar petróleo del sudor. En Donosti lo esperaban con el hacha de cortar palos para que entrara el penalti en el juego. Esa es una manera de abrir al Atlético, que cuanto más juega peor defiende. Esos dos goles son la consecuencia de un Atlético verde en defensa. Ambas faltas, cometidas por Gabi y Correa, fueron de niños.

Visca el furbo

Qué partido el de anoche en Sevilla. Como si resucitara el fútbol del arrebato. Pero del arrebato de los dos equipos, no hubo tregua, y hubo errores, humanos o divinos, del árbitro y de los ciudadanos que juegan al fútbol, incluidos los que juegan desde la grada. Ese contagio del fútbol que producen el Barça y el Sevilla cuando se ponen a competir añade esperanza al fútbol que tiene un apellido, el de Messi.

El césped vacío

Impresionante imagen la del campo polaco en el que el Madrid disputó la Champions esta semana. Me fijé en la imagen de Cristiano. Él no nació para jugar ante un estadio vacío, hasta el césped parecía extrañar la vibración competitiva. Ese verde intenso, la desolación de los futbolistas. Hoy estará Cristiano ante el césped vacío, esta vez firmando su renovación. Cinco años más. Cristiano es eterno.