¡En pie si eres español!

Hechizo. Dicen los expertos que desde 1948 no habíamos tenido una Luna tan radiante, luminosa y rotunda en sus curvas. Doy fe. El lunes pude recorrerme de punta a punta la maravillosa Concha de San Sebastián, bien pasada la medianoche, y el satélite terráqueo tenía iluminado el paseo como si fuese de día. Pero en el mítico Wembley parecía que nada era igual. Sin magia y las luces apagadas. La Superluna hechizaba a una España que saltó con un equipo poblado de suplentes en un estadio top que merecía una puesta en escena más rumbosa. No era la noche de Iñigo Martínez, ni la de Azpilicueta, ni la de Thiago, ni la de Aduriz... Se nos veía raros, desfigurados, como si nos estuviese esperando el fiscal para fijar el minuto en el que íbamos a entregar la cuchara ante la Pérfida Albión. Ya sé que el de Londres era un partido amistoso. Pero eso es sólo la cáscara. Ante Inglaterra y en Wembley siempre debería jugarse con la furia y la intensidad de un encuentro oficial. Mi amigo e historiador infatigable Bernardo Salazar me lo dijo un día y se me quedó grabado: “No hay amistosos cuando se enfrentan dos selecciones. Todos son partidos oficiales”. Fueron 45 minutos infames en los que parecía que los chicos consideraban que al haber consumado el objetivo de verdad, el de tumbar a Macedonia en Granada, lo de esta cita ante los ingleses era una escapada estudiantil con el simple afán de divertirse y ser lo más happy posible...

Factor arbitral

Les prometo que antes del match no me fijé en la nacionalidad del referee de turno. Me vi obligado a buscar su identidad cuando a los cinco minutos pasó por alto una entrada brutal de Vardy a Azpilicueta. Una patada temeraria, absurda y de alto riesgo. No le partió el tobillo de milagro, pero lo irritante fue ver que el rumano Ovidiu Alin Hategan se iba a lavar las manos e iba a dejar indemne al goleador del Leicester. Al poco rato, el indultado Vardy aprovechó el primer fallo sonoro de Iñigo para forzar un penalti inevitable de Reina. Lallana puso el 1-0. También el rumano pudo echar a Carvajal en la continuación. El propio Vardy puso el 2-0 en la reanudación y todo parecía perdido. Un error que asumo. Llegué a perder la fe en España durante unos minutos...

Orgullo español

En ese instante, el equipo de Lopetegui tiró de hemeroteca y rescató aquella victoria heroica ante los ingleses el día de San Isidro de 1929 en el Metropolitano (4-3), y el 1-2 de 1981 con mi añorado Juanito surtiendo de balones mágicos a Zamora para consumar la caída de los pross, y el terapéutico triunfo en 2007 con mi paisano Iniesta firmando la sentencia de un jovencísimo Rooney... Southgate, seleccionador inglés, ya había avisado en la víspera: “Jugar contra España es un desafío, un honor”. Para nosotros sólo era una hoja más del calendario, pero Lopetegui se rebeló. Julen ha llegado aquí para quedarse mucho tiempo. Por eso lanzó al ruedo al debutante Iago Aspas y sumó a la revuelta a Morata e Isco, que se olvidaron del derbi asumiendo lo excitante del reto. El Genio de Moaña se mostró eléctrico en cada balón que tocó. Con el 19 a la espalda, parecía que llevase 50 entorchados internacionales a sus espaldas. Su ímpetu fue contagioso. Su golazo para enmarcar llegó casi sin tiempo para forzar el empate. Pero insistimos. Los ingleses pedían la hora aturdidos. No entendían nada. Hasta que Isco dibujó un gran desmarque, la embolsó con el pecho y batió a Heaton. 2-2. Wembley, rendido. Explosión de júbilo. Gol de raza, gol de furia. En pie si eres español...