El tamaño de la ausencia

El oso. Hace algunos años, cuando estaba Santi Cazorla en el Málaga, el equipo que ahora entrena Juande Ramos, se enfrentó al Madrid en el Santiago Bernabéu y empató en el último minuto. Entonces compartí con Antonio de la Torre, el gran actor que fue periodista, un mensaje que le recordé antes de que empezaran a jugar el Málaga y el Barcelona. “No hay que vender la piel del oso antes de Cazorla”. Porque fue el extraordinario futbolista del Arsenal el que le empató al Madrid cuando ya desfilaban los aficionados, contentos o resignados con el 1-0 blanco. Ayer tarde puse ese mismo tuit. Ahora tendría que poner, después del partido, “No hay que vender la piel del oso antes de Kameni”.

El que faltaba. Para romper esa defensa perfecta que hizo Kameni hacía falta algo más que juego. Hacía falta inteligencia asociativa, persistencia por el centro, riesgo. Y hacía falta Messi, es decir, el entusiasmo de ganar. Lo que no tuvo el Barça hasta que Kameni convenció a su plantilla y al graderío de que era inexpugnable fue entusiasmo, esa vitamina, la Messitina. Sin Messi ni Suárez, que son los padres de la delantera, ese equipo de arriba se siente en tal orfandad que Piqué toma las posiciones de padre, adelanta su corpulencia, se empeña por arriba y por abajo, y prueba a la suerte. Era el que faltaba semanas atrás. Y ayer estaba. Pero no fue suficiente para doblegar al Málaga.

El héroe opaco. El que faltaba, pues, era Messi esta vez (indispuesto por unos vómitos). Esto es un desastre para el Barcelona, que no ha adiestrado a nadie (si acaso a Iniesta, que es otro gran ausente) para cubrir ese boquete por el que se le escapan energías y puntos con una normalidad preocupante. Que el Barcelona no se reponga de esas ausencias constituye una perspectiva oscura para Luis Enrique, que estará ahora con la mente llena de descartes que no puede asumir.

Los sustitutos. Ni Rafinha hizo de Iniesta, ni Arda hizo de Messi, ni Alcácer hizo de Suárez…, ni Neymar hizo de Neymar. En la más larga ausencia de Messi, en la anterior temporada, Neymar fue capaz de echarse la delantera a su espalda, pero ahora lo que se ha echado a la espalda el joven brasileño es la inoperatividad de un juego cuya calidad sólo tiene brillo, pero no remate. La opacidad del Barcelona duró setenta minutos. Y sólo hubo algunos conatos de luz entre tanto eclipse.

Los últimos minutos. La persistencia con la que Piqué intentó corregir el tremendo desliz de su equipo pone aún más de relieve la ausencia del jugador argentino. Piqué compensó con entusiasmo, y con altura, la ausencia del capitán indispuesto; pero su fútbol, naturalmente, no es capaz de igualarlo. Y la delantera naufragó también a pesar de que Neymar insistió con desesperación juvenil.

Individualidades. En medio de esas individuales, escasa atención de los jugadores que tendrían que reivindicarse: ni Alcácer calificó para proseguir en la titularidad, ni Arda Turan fue capaz de salirse de la sombra de la duda, ni Rafinha fue el muchacho capaz de recordar a Iniesta. Demasiada ausencia en el Barça, demasiado Kameni. Hueco enorme en la trayectoria del Barça. Un partido para dormir, y no sólo metafóricamente. Un partido de pena cuyo purgatorio duró diez minutos. Los siete que alargó el árbitro fueron la agonía que se precisaba para hacer aún más grande el tamaño de la ausencia de Messi. El desastre no tiene paliativos. Buscarlos es de mal empatador. Y el empate también es una derrota.