El Clásico BARCELONA-REAL MADRID

Messi me hace sentir viejo, pero mucho más feliz

El sábado me despertaré rejuvenecido. Por la mañana jugaré una partida del Pacman mientras trato de sintonizar en la tele la Edad de Oro, a mediodía, no olvidaré cargar con el walkman con una cinta de casette de Siniestro Total y pasaré las horas previas al partido jugando con el Cubo de Rubik. Por la noche, tras el partido me volveré a pasar por el bar Sants, evitando cualquier garito donde pongan música de Rick Astley. Y en este regreso al pasado a los años 80, cruzaré los dedos y esperaré que el Barça, como ocurría en esa época, derrote al Madrid en un partido épico que, como pasaba por entonces, me dé una alegría momentánea.

Las sensaciones de superioridad, cuando uno iba al estadio con la tensión de ver a un Clásico, pero con la seguridad de que el Barça tenía un plan, han quedado definitivamente atrás. Al Madrid se le podía ganar o no, que por algo es el Madrid, pero uno tenía muy claro que un equipo, el de blaugrana, sabía a lo que jugaba y que el otro venía a ganar como fuera. Ahora, me retrotraigo a los años de los viodeclips para ver cómo la madre de todos los partidos vuelve a ser un duelo ante el espejo. Dos equipos que juegan muy poquito, que han alternado algún rato bueno (más el Madrid, lo reconozco) con algunos infectos, que no convencen y que son una moneda al aire. Sé que si gana el Barça estaré contento, pero también sé que viviré una sensación añeja, esa de “se ha ganado, pero a ver qué pasa el domingo”. Algo que hacía tiempo que no me pasaba.

Pero también sé que cuando vea a Messi en la alineación seré consciente de que estamos en el 2016. Me sentiré viejo, pero mejor.