El tercer tiempo

Sufrir

No es bueno sufrir por el fútbol, ni cuando pierde tu equipo. Hay otras cosas en la vida. En mi caso, como mi equipo no ganó me fui a ver La Reina de España, de Trueba. Me encantó. Cuando llegué a casa vi la anterior, con los mismos personajes, La niña de tus ojos. Por un momento se me quitaron los sufrimientos, sumergido en el cine. Empatar no es tan malo como parece, me dije. Al fin y al cabo, el enemigo también empató.

Bailando con lobos

Vi el partido Barça-Madrid entre madridistas. Éramos once contra dos, porque fui acompañado (como he contado en AS, estuve viéndolo en el periódico) por el músico de rock Alejo Stivel. Era como bailar con lobos, un peligro. El lobo mayor, un lobo cariñoso en todo caso, era Tomás Roncero; había un niño de ocho años (Nico, nieto de Isidoro San José, el gran defensa) que apostó al 1-0. Ni sé cómo lo dijo, entre tanto blanco.

Ganar

Cuando marcó el Barça le hice una seña a Alejo: “Aquí, como en los palcos: aquí no se celebra nada”. Fue tal la alegría del empate que los amigos madridistas no pudieron resistirlo. Como si hubieran ganado. Empataron, nos quedamos igual que la pasada semana. Si hubiera sido al revés, si el Madrid hubiera ido ganando, seguro que nosotros hubiéramos sentido también que habíamos ganado.

Ilusión de empatar

La ilusión de empatar es de aficionados poco ambiciosos, dice el diccionario de la Academia, que toma su primera acepción del italiano, donde empatar es una tradición: “Terminar iguales, sin ganar ni perder”. Entonces, ¿por qué empatar es para unos una alegría y para otros una desgracia? Por los puntos, por los malditos puntos. Eso de mirar hacia arriba al Madrid nos pone enfermos. Qué mezquina es el alma de los aficionados.

La vida es sueño

Calderón de la Barca cuenta de un sabio pobre y hambriento que se reconforta al ver que otro recoge las sobras que él mismo va dejando. Eso pasa con el fútbol. Detrás del Barça viene el Atlético, y le fue igual que al Barça: empató, esa manera de perder de la que habla Joaquín Sabina en su melancólico himno. “Y cuando el rostro volvió halló la respuesta viendo…” Comparar para calmar la melancolía es un arma del aficionado triste.

El empate perfecto

Los del Atlético de Madrid y el Barça, que persiguen al Madrid, son empates menores, como de partidos de Tercera, porque indica que los cuatro equipos se han mirado de reojo. El de Las Palmas en Vitoria tiene sabor a plátano, que es buen sabor. El del Betis-Celta sabe a potencia, salud en la delantera y no necesariamente debilidad en la defensa. 3-3 es el empate soñado… por el que va perdiendo.

Williams

Este futbolista me gusta. Es alegre y explicado, como un maestro que acaba de sentarse en el pupitre después de aprobar la carrera. El segundo gol de este Iñaki del Athletic le hizo justicia a su carrera y a su equipo, que ha roto la sensación de comodidad triste que tuve al empezar LaLiga. Si va bien el Athletic va bien el fútbol; es su medida. Entusiasmo, sentido común. Williams le ha dado alegría.

Sergio y Andrés

Sergio fue el nervio del Madrid, “no podemos perder”. Iniesta le dio al Barça calma, esencia. Fueron ellos mismos, mientras otros más grandes (¿los hay más grandes que Iniesta?) se sentaron a esperar el desenlace como si estuvieran viendo un documental de animales en National Gegraphic. Que vuelva Iniesta, como que se recupere el Athletic, son noticias mayores del fútbol. Y eso me alivia, como culé, del empate.

La frase

“Empatar. Del italiano impattare, terminar iguales, sin ganar ni perder”.Diccionario de la RAE