Todo comenzó con el balonmano

Hace doce años aún no habíamos ganado el Mundial de Fútbol. Ni el de Baloncesto. Ni el de Balonmano. Ni Alonso la Fórmula 1. Ni Pau Gasol la NBA. Ni Nadal los cuatro Grand Slam. Tampoco teníamos campeones en deportes tan poco familiares por aquel entonces como el bádminton y el patinaje artístico, casos de Carolina Marín y Javier Fernández. Ni una campeona olímpica en natación como Mireia Belmonte. Acababa 2004 y no nos podíamos imaginar lo que nos esperaba. Ya habíamos aprobado la asignatura pendiente de la Copa Davis y en equipos ganábamos títulos mundiales no sólo en Hockey sobre Patines. También éramos campeones en Waterpolo y Fútbol Sala. No estaba mal, pero apenas nada comparado con lo que nos iba a venir.

Fue ganar el Mundial de Balonmano en enero de 2005, y venir todo rodado. De aquella Selección queda Raúl Entrerríos. La final resultó apoteósica: 40-34 a Croacia, con 13 goles de ventaja a falta de 15 minutos. La repercusión fue enorme: 3,5 millones de telespectadores, audiencia sólo superada aquel año por la Fórmula 1 y las Motos. Va a hacer once que el balonmano tiró del carro y puso en la vía a los deportes de equipo. Siguiendo el ejemplo, el baloncesto no quiso ser menos que el balonmano, el fútbol menos que el baloncesto, las mujeres menos que los hombres, todos comenzaron a ser más competitivos y llegaron los títulos. Ahora el balonmano vuelve a preparar otro Mundial. Lo hace en plena Navidad. La exigencia como bandera. Y si les va bien, a esperar el efecto dominó.