El espejo deformante

EI mayor riesgo del Real Madrid es sufrir el síndrome de las bellezas que se miran en los espejos deformantes y se encuentran feas. Es mentira, pero esa mirada tiene efectos indeseables. Se pierde la autoestima y se toman medidas inadecuadas. El problema no está en la realidad, sino en el espejo que la deforma.

El Madrid brindó una buena actuación en el gran partido de Balaídos, donde los errores nunca se produjeron por especulación o cicatería. Prevaleció la ambición, la grandeza y el derroche físico. El Celta se pareció al equipo aventurero y vertical que se ha convertido en una fenomenal referencia del fútbol español. Aunque sintió la tensión del desafío en los primeros minutos, su respuesta fue impecable. Se defendió con energía y solidaridad. Atacó con rapidez y clase.

Como suele ocurrir en los mejores momentos de la Copa, el duelo invitó a un combate honesto, adulto, sin trampa ni cartón. Cada jugada exigía nervio y precisión. No siempre se consiguió, pero los dos equipos nunca desmayaron en el esfuerzo. La incertidumbre se mantuvo hasta el final del encuentro. El Madrid estuvo a un centímetro de la hazaña (el gol de Lucas Vázquez permitió pensar en otra de las titánicas victorias de ultimísima hora) y el Celta terminó el encuentro en el área de Casilla, como corresponde a su naturaleza como equipo.

El foco crítico se ha puesto más en la estadística (una victoria, dos derrotas, dos empate y la eliminación de la Copa en los últimos cinco partidos) que en las prestaciones del Real Madrid, lastimado por las lesiones de jugadores imprescindibles (Carvajal, Marcelo y Modric) y por el desgaste de los cinco enfrentamientos con dos de los rivales que más exigen en el plano físico: el Sevilla y el Celta. Son equipos que conviven con la asfixia.

Zidane dispuso una alineación con el mayor número posible de jugadores de clase (retrasó a Casemiro para colocar al magnífico Kroos como medio centro y alinear a Isco en el medio campo) y el equipo no decepcionó. Atacó, generó ocasiones y nunca bajó el pedal. Es cierto que en ocasiones perdió el orden, un defecto en gran medida provocado por las peculiaridades de un adversario que mantiene las persecuciones por todo el campo, pero el argumento tiene algo de truco. Han sido muchas las veces que se ha elogiado al Madrid del brío y el trazo fuerte.

Tenía razón Zidane cuando elogió el compromiso general del equipo, su resistencia a la derrota y el enorme respeto que generó en el Celta. Los defectos fueron más circunstanciales que generales. Danilo confirmó su debilidad. Tiene un problema de desconfianza que le acorcha. Piensa demasiado en cada jugada. Le falta naturalidad. Su principal carencia ahora mismo es psicológica. Se siente señalado por el público y la crítica.

En cuestiones estrictamente futbolísticas, Danilo fue un problema menor que Cristiano Ronaldo. El mejor jugador del Real Madrid, y del mundo, según las votaciones para el Balón de Oro y la FIFA, fue el más decepcionante en Balaídos. No logró un desborde en todo el partido y empeoró la mayoría de las jugadas. Maquilló su actuación con un espléndido tiro libre. Cristiano, que tantas veces ha marcado la diferencia a favor del Real Madrid, limitó el juego del equipo.

Hizo bien Zidane en resaltar los aspectos positivos (con todas las bajas y los malos resultados de estos días, el Real Madrid transmite vitalidad y poderío) y hará mejor en desvincularse de la tentación pesimista que empieza a adivinarse en el entorno. No es más que la engañosa imagen que devuelven los espejos deformantes. El problema es creerse el engaño y confundir la realidad.