Salitre para LaLiga

El Atlántico. Cuidado con el fútbol atlántico. La UD, el Tenerife, el Celta, el Depor… El Depor le ha dado a La Liga, cuando se llamaba así, y ahora a LaLiga, espasmos y alegrías, como el propio mar embravecido que domina la playa de Riazor. De ahí son escritores notables; el que más ha usado el salitre como asunto de sus libros, Manuel Rivas, ha contado hazañas históricas de su equipo como si hablara de un tritón mitológico. La época de Bebeto: cuánto soneto desató ese jugador mítico. Ayer, a las órdenes de otro escritor, Pepe Mel, que es novelista, esa figura atlántica que constituye el mejor Depor puso al Barça en su sitio. El Depor no habla francés…, ni catalán: habla atlántico, y con esa metáfora dejó a Ter Stegen tiritando. Pudo haber hecho más, pero ya estaba bien para dejar LaLiga en un ay. 

Burt Lancaster. En Atlantic City, la hermosa película de Louis Malle, Burt Lancaster, que hace de viejo descreído ya en la cúspide avergonzada de la vejez, le dice a un joven señalando al mar: “Tendrías que haber visto el Atlántico hace cuarenta años”. El Barça fue ayer ese Lancaster envejecido; todos envejecidos, todos rotos, acaso por el sacrificio del miércoles, por la bárbara herida que provoca ganar así, con tanto susto y con tanto último minuto en cada uno de los minutos. Lo cierto es que compareció, se dejó ir, y ese viejo Lancaster que fue el Barça desde Messi a Piqué pasando por los más jóvenes, derrotados también desde el principio, se quedó a la luna de Valencia. Al final pareció decirle Lancaster al joven Depor: “Tendrías que habernos visto hace cuarenta años”. En fútbol, cuarenta años son cuatro días. Hace cuatro días el Barça fue heroico. Ayer fue una pelota de trapo. 

Media volada. Fue un gran partido del Depor. Como dicen los expertos, practicó la contención y superó el peligro barcelonista creando su propio peligro. Supo más de fútbol que el Barcelona, para ahuyentar los malos presagios, primero, acosando a Ter Stegen con orden y con prestigio futbolístico; y, después, conteniendo a los jugadores barcelonistas en el límite mismo de su incompetencia: la media volante. Crecen y decrecen esos jugadores (Rakitic, Busquets, Arda…) en función del estado de ánimo del momento; pues si el miércoles tenían el enchufe de una final, en esta comparecencia atlántica se sintieron como si ya hubieran hecho el examen. Y se dejaron ir. La media del Barça es el Barça entero. Esta vez fue una media volada; Iniesta se incorporó para arreglar el hueco. Pero el hueco ya estaba hondo. Cada década de este partido, que se hizo pesado como una guerra en el barro, fue peor para el Barcelona por esa inoperancia estética que lastró por completo la actividad de la delantera. 

Desaparición de Messi. Se esperó en algún momento (lo dijo don Luis Suárez en Carrusel) que el pequeño gigante del fútbol fuera en auxilio de ese hospicio. Pero Messi estaba más en la imagen de la famosa foto en la que celebra el partido ante el PSG que en la realidad disputada de Riazor. Nadie le hizo caso, sólo los defensas, y tampoco les dio mucho trabajo. Esta desesperación que se ve en su cara cuando nada sale se alivió un poco en ese arreón de Luis Suárez cuando el Barça pareció el de hace cuarenta años, es decir, el de hace cuatro días. Por ahí estuvo la posibilidad de recuperar aliento. Pero desaparecido Messi y desaparecido el Barça son sinónimos de la misma ecuación.