Johan Cruyff: elogio del fútbol bien hablado

Johan Cruyff triunfó en la época del fútbol bien hablado, cuando empezaba España a apreciar que el fútbol no eran patadas y silbidos; no era culpa del fútbol, era culpa de la incultura nacional (de los cultos y de los incultos) para apreciar las distintas variedades de la calidad del fútbol.

A Cruyff se le cruzó el tiempo de Manuel Vázquez Montalbán, por situarlo junto a un mito del fútbol bien hablado: Vázquez Montalbán (y luego la gente que aglutinaron Julián García Candau y Alfredo Relaño en torno al naciente El País, y a los que luego se unieron otros en otros medios, igualmente relevantes) encontró en el fútbol moderno (Cruyff es el creador del fútbol moderno) lo que el fútbol es en su esencia: una metáfora social, una manifestación del estado de ánimo de una ciudad o de un país. Es, sobre todo, un trabajo que se hace con los pies pero que no podría hacerse si esos pies no fueran conducidos por un cerebro.

El cerebro concentra y expande energía, pero también alegría, concentración, capacidad asociativa, rapidez de ideas. Pero el fútbol es también ingenio, solidaridad. Y liderazgo. Cruyff estaba distinguido por todos esos haberes. Gente como Vázquez Montalbán, poeta de izquierdas que nunca renegó del fútbol, y que no había renegado en épocas en que el fútbol era señalado como opio del pueblo (el fútbol es más divertido que el opio), nos dio a varias generaciones de españoles argumentos para hablar o escribir de fútbol sin que nos diera vergüenza.

Y Cruyff fue el adalid, en el campo, de esa estupenda lección: el fútbol es también una materia literaria, un asunto que debe estudiarse en la historia de los deportes y de la cultura, pero asimismo debe estudiarse en la propia historia general de las naciones.

No hay en la carrera de Cruyff hechos (goles, victorias fracasos) o ideas (su planteamiento de los partidos, cuando era jugador, cuando fue entrenador, cuando escribió, o hizo escribir, de lo que pensaba) que no se dirigieran a prestigiar el cambio que él había producido en la asociación deportiva que llamamos fútbol.

Verle en el campo, además, era la expresión práctica de esa ideología de respeto al deporte que eligió: hasta cuando estaba cansado y se retiraba a los cuarteles de invierno de los campos, había en su manera de estar el destello de un animal poderoso que puede saltar, inteligente y fuerte, a ganar una batalla que parecía perdida.

Era Cruyff y no era otro. Nadie se le pareció. Di Stéfano fue un profeta del fútbol, Messi es el balón mismo. Cruyff fue la idea; por decirlo así, fue el fútbol bien hablado. Que nos falte solo tiene un consuelo: si él no hubiera existido el fútbol hoy no sería tan divertido. Gloria a su memoria. Y respeto al fútbol bien hablado.