Tercer tiempo

Desastre y gloria

Estos dos equipos pasan del desastre a la gloria como los niños pasan del jolgorio al llanto. Hablo, naturalmente, del ying y el yang de LaLiga, el Barça y el Madrid. El Barça frena en seco cuando más necesita la victoria. Ante el Málaga, en manos de un madridista risueño, Míchel. El Madrid se ralentiza ante el Atlético. Un empate que cae sobre Zidane como una antesala de su (posible) desgracia.

El técnico tranquilo

Hablemos del banquillo. El del Barça ya está libre de ataduras; ha transitado Luis Enrique sobre aguas turbulentas; soltó lastre y es un superviviente, de la gloria a la nada. Le tocó en Málaga la nada. Ahora le tocaría la gloria. Zidane es el entrenador tranquilo que pisa fuego. Ya huele efluvios del ser supremo, con el que habla en jeroglíficos. Aún no sabe si seguirá. Abrió así la caja de los truenos.

Un carácter

Zidane es un carácter; se dice eso de cuando las personas rompen platos. En el caso del entrenador del Madrid es un buen carácter: lleva el enfado por dentro. Ahora está como si hubiera comido vidrio. Es imposible no tomarle afecto: jamás ha perdido los papeles, porque los tenía. Ahora parece que se los quieren quitar. Él lo percibe, porque las directivas (los presidentes) son intransitivos.

Silencio de altura

Ese silencio de las alturas ha sido el fuego sobre el que ha pisado Zidane. No saber si te quedas, poco antes del verano, es anunciar que te vas. Es posible que él vea desafecto; el Madrid te pone y te quita sin que el entrenador sepa qué está cociendo Dios. Las largas explicaciones de Sergio se parecen a las que hubo antes de que se fuera Ancelotti. En estos equipos grandes el silencio de altura es preludio de condena.

Resentimiento

Camus tiene otra frase: “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento”. Es probable que Zidane aguante el chaparrón con la sonrisa. Esa gimnasia de comprensión dura un tiempo. Este noble emigrante de todas partes está a punto de estallido. Un sentimiento de vacío que el sábado no pudo ocultar. Aun no ha dicho lo que ya le oímos en otra ocasión: “Estamos jodidos”. El Barça le alivió el luto.

El alivio gallego

A Sampaoli le ha pasado en este tiempo el mismo desafecto del entrenador en primavera. Sus paseos frenéticos por la banda eran simpáticos, enérgicos. Empezó a perder y esos mismos pasos fueron ridículos. Al fin ganó. Ese alivio gallego le ha venido como un capuchón en el vía crucis. Simeone es ahora el hombre. Corre menos, es más estable. Pasó del desastre a la gloria gracias a Griezmann I el Inevitable.

Tras el fracaso

Ahí tienen al Valencia: vio el precipicio (tocó en la puerta de la desgracia) y ya se recupera del frío de allá abajo. Al Granada le dejó tres goles. Y Ponce hizo el granadino con la ingenuidad de los chiquillos: se enfrentó a la grada y la mandó a callar. Se sintió Raúl. Pero Raúl iba ganando cuando exigió pleitesía. Ponce era tan solo un perdedor gallardo que se sentía torero sin toro.

Terapia si pierdes

A estas alturas LaLiga ya tiene perdedores. Y no sólo en el campo, también en las posesiones: el Celta pierde Balaídos, se exilia a las afueras. Un estadio tan vistoso. Perder no es tan grave, en el campo, si sigues esta terapia: piensa que mañana (o el miércoles) será otro día y tu equipo pasará del infierno a la gloria porque no siempre se te abre la puerta de la desgracia. A mi me funciona (¡espero!) esta semana.