Francesc Via

La nada es excitante

Un gol en el último suspiro es como la absolución para los católicos que les permite ingresar en el cielo después de una vida canalla. El partido fue lo que fue, y sin embargo cuando el empate a nada parecía el mejor epitafio, quisimos ganar. Y lo hicimos además apostándolo todo a la ruleta rusa. Pero la victoria no fue fruto de la suerte. Hemos hecho este año el mismo partido demasiadas veces como para creer que el triunfo llegó por azar. Hubo un plan que haría sonreír al Coronel Smith. Volvemos a ser aquel equipo odioso para los rivales. Impermeables a los ataques del rival y más efectivos que la estricnina. Quisimos ganar y ganamos, donde tantas otras veces hemos sesteado, o pactado tablas con el tedio. Quisimos ganar pese al íntimo convencimiento de que no nos va a llegar y que es darse un hartón de nadar para quedarse en la orilla. Pero no muertos por el esfuerzo, sino satisfechos.

Para ir más allá necesitaríamos un pequeño milagro deportivo. Ganar cuatro de los últimos seis, y aun así el average nos condena. Es igual, lo importante está ya hecho: hemos mudado la piel, hemos cambiado el rostro del equipo. Una dinámica de dos lustros con muy poquitos paréntesis. Lo que queda a partir de ahora sirve sobre todo para marcar la raya que el año próximo deberemos superar. Por una vez, hasta la nada resulta excitante.