El Madrid, su feo tifo y su más feo palco

Me mandó un viejo madridista, que conserva un viejo cariño con los colores rojiblancos, un mensaje sentencioso. “Merecen llevarse tres por haber vestido así”. Le aclaré que haber vestido así, negro arriba, amarillo el pantalón, no fue elección del Atleti, sino una parida, admítaseme la palabra, de la UEFA. Al cabo de un siglo largo de jugar tantos partidos ambos con sus colores, incluidos algunos de tan alto rango como cinco finales de Copa de España y dos de Champions (dos de las tres últimas, aclaro), el sanedrín de gorrones que contamina cada gran partido de Champions ha dado en decidir que esos colores son confundibles. (¡?).

Esa misma gente de la UEFA dio por bueno el mensaje que a tanto sensato madridista pareció excesivo: “Decidnos qué se siente”, junto a la orejona y las palabras ‘Lisboa’ y ‘Milán’. Un enorme ‘tifo’. que descendía por todo el Fondo Sur. Un alarde innecesario, con un punto cruel. No me sorprende que el estado mayor del florentinato, el mismo que dio el visto bueno a lo de ‘Tu dedo señala nuestro camino’, diera el visto bueno, o amparase, o, en el peor caso, promoviese un mensaje tan borde. Lo que me choca es que la UEFA, tan puntillosa en una pijada como la de las equipaciones, dejara pasar algo así. Les gustarían las croquetas, digo yo.

A mí se me hizo feo. Después del ejemplo que dieron ambas aficiones en Lisboa y en Milán, sentí ese tifo como una traición cateta. Lo que peor me sabe, como en el caso de Mourinho, el dedo y el camino, es pensar que no se trató de un extravío de un grupo de torpes mentales, de los que tantos hay por todas partes, sino que fue algo consentido, santificado, quién sabe si hasta sugerido por el propio club. El dedo en el ojo, el camino, el ¿qué sentís tras perder dos finales de forma extrema? Ese cultivo del mal gusto no forma parte de mi manera de ver el Madrid. Ni ese palco, en el que anida un poder viscoso que envilece la sociedad.