Muertos en bici: un goteo siniestro

Un goteo constante. Da igual dónde, cómo y quién. Michele Scarponi embestido en Italia por un conductor que, al parecer, se saltó un ceda el paso. Dos triatletas en España destrozados por una conductora ebria y drogada. Un campeón del Tour, Chris Froome, que casi no lo cuenta porque alguien "impaciente" se enfadó y lo persiguió hasta arrollarlo. Escuché a un exprofesional decir que no le gustaría que sus hijos se dedicaran a su deporte; no por la dureza o el estigma del dopaje, sino por el peligro en el que se ha convertido salir a entrenar. Los que disfrutamos con la bici hemos padecido, todos, el claxon del que no quiere esperar en la línea continua, el rebufo peligroso del que pasa a centímetros sin respetar los 1,5 metros de precaución o alguna respuesta agresiva. También hemos visto a ciclistas imprudentes, claro.

Según la Dirección General de Tráfico, más de 400 ciclistas han muerto en España en la última década en vías interurbanas. Demasiados. Urge una gran campaña para sensibilizar de que la bicicleta es otro vehículo, frágil, al que hay que respetar. Igual que se redujo la cifra de accidentes de tráfico se puede bajar la de atropellos. Parece evidente, también, que es necesario modificar el Código Penal para que vayan a juicio todos los siniestros mortales o con lesiones que deriven de imprudencias, y no se resuelvan en la vía civil. Y que lo pague el que niegue el socorro al ciclista, aunque haya fallecido. Todo esto último, reivindicaciones que ha llevado Anna González con 200.000 firmas al Congreso. Ella perdió a su marido, Óscar. Un camionero lo dejó tirado, muerto, en una cuneta. Una “imprudencia leve”. Que este goteo siniestro sirva de algo.