Javier Pérez de Albéniz

Adiós con el Calderón

Cuando mi tío Ángel me llevaba, cogido de la mano, al Calderón, quiero pensar que por el Paseo de los Melancólicos, mis ojos de niño de siete u ocho años quedaban a la altura de sus muñecas. Los puños blancos de la camisa asomaban por las mangas de la chaqueta. Sobre la tela inmaculada destacaban unas pequeñas insignias que me acompañaban todo el camino, desde Chamberí hasta la orilla del Manzanares: barras rojas y blancas, unas estrellas, un oso y un árbol. Antes de ver ese escudo es evidente que había visto a mis padres, a mi familia, a mis compañeros de colegio o guardería… Pero si hoy me preguntas cuál es mi primer recuerdo, qué fue lo primero que contemplé en la vida, no lo dudaré un momento: el escudo del Atleti en los gemelos de mi tío Ángel camino del Calderón.

¿Cómo no voy a guardar como oro en paño la diminuta cajita de cartón, apenas tres centímetros de lado por uno de alto, donde están esos gemelos desgastados? Unos gemelos que nunca me pondré, jamás he tenido traje y mis camisas son de leñador. Unos gemelos que ya nadie llevará nunca camino del Calderón.

El adiós al estadio de tu equipo es mucho más que la despedida a un centro de ceremonias paganas. Se trata del Teatro de los Sueños, como bautizó Bobby Charlton al legendario Old Trafford del Manchester United. El adiós al estadio de tu equipo es la despedida definitiva a una época, a un momento de tu existencia, la niñez, en el que la vida rueda con la sencillez y la ligereza con que lo hace el balón. Luego las cosas se enredan, la suerte va y viene, el tiempo te sacude duro. Todo cambia, todo se va jodiendo, excepto un pequeño y misterioso milagro que te permite retroceder cada domingo en el tiempo, volver a ser un niño, vivir de nuevo la vida simple, rozar con la punta de los dedos la felicidad. Sueños. Sentimientos puros, pasiones inocentes, entusiasmos desenfrenados. ¿Cómo es posible sentir semejante alegría? Muy sencillo: la pelota ha vuelto a rodar.

Pero eso ya será en La Peineta. Como dijo Kipling, se trata de otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.