En lugar de la belleza

Messi. Hay en este futbolista una manera de ser que se parece a la del genio de las coincidencias. Lo que hace es estar; y si está es posible que marque, centre o negocie la belleza. Sin embargo, en ese propósito estuvo solo. En lugar de la belleza que propone el 10 azulgrana, hubo incertidumbre y azar, el resultado de una mediocridad que pone de manifiesto, como si este partido fuera una metáfora del año, las incertidumbres defensivas del Barcelona. Es el argentino el más importante del equipo, pero no sólo porque marque o centre y verifique la calidad que se le supone al campeón de la Copa. Es importante porque se toma en serio los partidos; es un futbolista excepcional que ni decepciona ni pospone. Le dio el gol a Alcácer, organizó el de Neymar, hizo el suyo. No hay otro como él. Como me dijo un aficionado del Madrid cuando el Barça tomó el mando: “Messi es un libro abierto”. Un libro, una lección, un reto.

Pellegrino. Un experto en fútbol (del Atlético) me dijo el lunes en Sevilla que en lugar de Valverde el entrenador del Barça tendría que ser Pellegrino. Y es cierto: este Alavés es mucho más que un equipo mediano; ha crecido con Pellegrino, que lo ha puesto a jugar como los grandes. Sabe contener, atacar, quedarse en el lugar preciso de la media, y rematar. Quedará diezmado, porque tiene jugadores demasiado buenos, como Theo, que se irá al Madrid, y que anoche se fue porque no soportó tanta presión. El trabajo de Pellegrino ha sido el de consolidar el futuro del equipo mientras hacía presente, y el resultado de su esfuerzo ha sido más importante que el que anoche exhibió. Ni Pellegrino ni Luis Enrique generaron más belleza que la justa; en lugar de la belleza pusieron, uno y otro, lo que ambos pusieron en sus tiempos en el campo: pasión. Con pasión no se alcanza la estética que se espera de genios que combinaron, en su día, pasión y pase. Con la pasión, tan solo, se consigue quizá resultado. Pero se esperaba que en la despedida del asturiano el Barça exhibiera aire y sólo produjo bochorno, cansancio, incertidumbre. ¿Y el Alavés? Tan solo fue voluntarioso, un equipo que quería equipararse al Barcelona, no superarlo. Le faltó ambición a uno para hacer más y al otro para ser mejor.

Iniesta. Sentí que estábamos en las postrimerías de Iniesta, uno de los grandes de la historia azulgrana. Lo acribillaron a faltas, como si fuera culpable de algo. Ahora que se puede hacer balance, al menos provisional, conviene mirar hacia esta metáfora grande la belleza en el fútbol: ¿a qué viene lesionarlo, perseguirlo, hacerle sufrir como lesionado su mejor etapa como jugador? No sirve para nada: es una maniobra contra la belleza que él puede generar. Lo sentí: impedirle a Iniesta generar belleza es una forma de dañar el fútbol en una competición tan arriesgada y bella como esta que se resuelve en 180 minutos o en 90 minutos.

Luis Enrique. Celebró su último partido; anunció tan anticipadamente su extrañeza del equipo que anoche dio la impresión de que quería mantenerse en el alambre hasta el final. No quiso irse, lo empujaron. Anoche bailó, se sintió feliz, como liberado. Quizá es la primera vez que lo vimos relajado en años; su resultado global es bueno, digan lo que digan los tradicionales pesimistas del Barcelona: personalmente le deseo lo mejor en el fútbol, aquí o en la Conchinchina, o en China, o en Inglaterra, en cualquier parte. Y a Pellegrino le deseo también que encuentre la belleza, que esta vez ha sido esquiva e inquieta, como una mariposa que en ambos casos viste de azulgrana.