Los que viajaron merecían una vuelta olímpica

EI final feliz de la conquista de la Duodécima en Cardiff tuvo un lunar. Bastante negro, por cierto. Los 18.500 aficionados madridistas que poblaban el Fondo Sur del Millenium vieron frustrados como sus héroes (los jugadores) no podían dedicarles la Orejona, algo que es habitual en este tipo de conquistas. La tradición dicta que los ganadores den una vuelta olímpica al estadio, ofreciendo el trofeo de la Champions como hacen los toreros en la plaza cuando cortan alguna oreja tras la faena. Es un ritual que siempre agradecen los aficionados.

Hablamos con varios seguidores que estuvieron el sábado en Cardiff, y todos coinciden en el mismo punto. Alfonso Moreno, de Madrid, nos lo relata: “Yo me cogí un vuelo a las seis de la mañana junto a mis dos hijos. Una paliza que nos compensaba con tal de ver ganar a nuestro Madrid ante la Juve. Pero nos dolió que la Champions ni siquiera pudiéramos verla. Los que estábamos en la grada más baja teníamos un muro de personas, entre stewards, fotógrafos y amigos y familiares de los jugadores. Después de tanto esfuerzo para ir hasta allí, la organización debió tener más sensibilidad. La gente empezó a silbar enfadada con toda la razón del mundo”.

Eduardo, de Rincón de Soto, insiste en el tema: “Hubo un momento que fue un caos. Al campo saltaron las familias y los amigos personales de algunos jugadores, lo que aprovecharon otras personas ajenas para colarse al césped. Yo vi cómo Lucas Vázquez casi se pega con un steward porque no dejaba pasar a su esposa al darse cuenta de que se les había ido de las manos. Al final, cuando reaccionaron, lo hicieron mal porque crearon un cordón y entre eso y la nube de fotógrafos, nuestros jugadores tenían un muro humano que les impedía acercarse a la grada con la copa”.

Hubo alguna excepción. Marcelo cogió la Champions, eludió el cordón, e hizo una especie de dedicatoria a la grada amagando con lanzar la copa hacia la afición. La gente se lo agradeció. También se acercaron al fondo, tras saltar las barreras humanas creadas, Casemiro (se marcó un baile), Morata y Sergio Ramos. Nada más.

“El problema es que ahí se llegaron a juntar varios centenares de personas. Ahí ya no se sabía si el que estaba abajo estaba acreditado o era un espabilado que aprovechó la confusión para saltar al campo. Yo vi como Ramos apartaba a un par de tipos que intentaban colarse en la foto oficial del equipo posando con la Champions. Los stewards estaban desbordados y tampoco organizaron bien lo de los fotógrafos, que iban de un lado para otro como una serpiente gigante de gente”, relata Nabil, de la Peña Capote y Montera.

La falta de previsión permitió que muchos de los 300 figurantes de la actuación musical de Black Eyed Peas, previa al arranque de la final, campasen a sus anchas en la ceremonia triunfal. Muchos se preguntan qué hubiese pasado si alguno de esos espontáneos hubiese resultado un tipo peligroso.

No obstante, los hay que se consuelan. Los amigos de la Peña Don Santiago Bernabéu, de Malagón, me comentan que “en Milán fue casi peor, porque casi todo el festejo fue en el centro del campo y apenas se acercaron los jugadores a la grada”. Por eso hago un llamamiento desde aquí pensando en la final de Kiev 2018 (por si la jugamos). Respeten al aficionado. Sin ellos, esto no funcionaría. Reflexionen.