Hacia un fútbol de dos velocidades

Hacia un fútbol de dos velocidades

Algo está pasando. Algo que quizá repita procesos que se dieron en los años veinte y treinta, cuando se extendió el profesionalismo en el fútbol español. Lo mismo que había ocurrido años antes en Inglaterra, lo mismo que, un poco antes o un poco después, ocurrió en todas partes. Los que aguantaron el tirón del profesionalismo, sobrevivieron. Los que no lo aguantaron, se fueron quedando atrás, deglutidos por sus vecinos. El Athletic y la Real asfixiaron al Arenas y al Real Unión de Irún; el Madrid y el Atlético, a Racing y Gimnástica. El Barça y el Español, al Europa...

Y así siguiendo. De la convulsión del profesionalismo salió un fútbol cambiado, en el que clubes de ciudades más pequeñas, o con estadios más pequeños, no podían retener a sus jugadores, que se iban donde les podían pagar más. El viento de la historia fue depositando polvo sobre sus copas, sobre su corto y brillante historial, y hoy les vemos en Segunda B, o en Tercera. O más abajo. O incluso desaparecidos. Su decadencia llegó en provecho de sus vecinos, cada vez más poderosos gracias a que su competencia más próxima había desaparecido.

Ahora galopamos hacia un profesionalismo de segunda generación, una aceleración en los ingresos y en los gastos que pocos van a poder resistir. El pay per view, la televisión sin fronteras, el marketing por todo el planeta, son privilegio del Madrid, el Barça, la Juve, el Manchester, el Milán, el Arsenal, el Bayern... ¿Los otros? Resisten lo mejor que pueden, por su buen hacer y su empeño. Pero la desproporción se acentúa y cada vez vemos más cerca un fútbol de dos velocidades: el de los clubes que pueden pagar mil millones netos al año a sus cracks y el de los que no pueden.