Poulidor, Ullrich y la estética del perdedor

Poulidor, Ullrich y la estética del perdedor

Nuestro reportero en el Tour, Juan Antonio Gutiérrez, ha tenido la buena idea de echar un rato en charlar con Poulidor. Para los más jóvenes será bueno recordar quién es. Poulidor fue segundo tres veces en el Tour, y tercero otras cinco. Eso le ha hecho pasar a la historia del deporte como la figura del perdedor, del eterno segundón. Hay quien ha hecho más segundos puestos que él. Zoetemelk hizo seis, Ullrich va camino del cuarto, pero ellos dos al menos se han compensado con la alegría única de ganarlo. Poulidor, no. Poulidor nunca lo ganó.

Ocho podios y ninguna victoria. Ocho remates al palo. Durante años fue un ansia compartida por todos que Pou-Pou ganara al menos una vez, pero no fue posible. Se comió las trayectorias de dos monstruos sucesivos: Anquetil y Merckx, contra los que se estrelló fatalmente. Ahora evoca esos tiempos y comenta la situación del número dos del momento, Ullrich. Dice Pou-Pou, con esa ética espartana de los viejos deportistas, que Ullrich es un vividor. Que engorda, se abandona, sólo prepara el Tour y que al final por culpa de eso le falta un duro para la peseta.

Quizá. Pero yo no me resisto a inclinarme ante la dignidad de su derrota, como me inclinaba en su día ante las derrotas de Poulidor. Su insistencia en quemar a su equipo, en quemarse él mismo, en suicidarse en las bajadas, siempre en busca del fin supremo de la victoria, es tan épica como la exhibición casi diabólica de Armstrong. Y su sencillo gesto en Luz Ardiden, esa mano tendida discretamente para rozar la de Armstrong, ese sublime y humilde acto de reconocimiento al rival imbatible, quedará para el futuro como uno de los grandes iconos del deporte.