Una política que nadie agradece

Una política que nadie agradece

Al Real Zaragoza ya lo atracan en cualquier parte. Ya no hace falta que acuda al Bernabéu o al Camp Nou, tradicionales escenarios de los grandes escándalos y atropellos, para que le quiten la cartera. Ahora le masacran hasta en Albacete, en la casa de uno de los clubes más modestos de la Primera División española. Sólo hace unos años, lo del domingo hubiese resultado impensable, porque uno no recuerda un robo semejante desde aquel de Rigo en San Mamés en 1965, cuando el árbitro mandó a la vez a la ducha a Marcelino, Santamaría y Santos por protestar un gol ilegal al poco de empezar el partido. Pero lo cierto, lo dolorosamente cierto, es que el Zaragoza cada día pinta menos en el fútbol español. Así que habrá que irse acostumbrando a todo, porque lo de Albacete puede volver a repetirse en cualquier momento.

El único culpable del apaleamiento del Carlos Belmonte fue Teixeira Vitienes, pero tan grave como el último atropello arbitral al Zaragoza es la indefensión con la que el equipo aragonés y su afición se tienen que conducir desde hace unos años. A Alfonso Soláns no le gustan los encontronazos, y nunca alza la voz, ni protesta. Y esa política de corrección, de modales versallescos, en un mundo repleto de descarados y ventajistas, es un verdadero suicidio deportivo, una pose que, además, nadie agradece.