Un submarino amarillo en la bahía

Un submarino amarillo en la bahía

Jugó bien el Barça, pero no marcó. Eso de que cuando la bolita no quiere no entra se convirtió ayer en una verdad como un templo, porque más de lo que el Barça hizo difícilmente se puede hacer. Probó de todas formas: con calma y con prisa, con Ronaldinho por el centro o por la izquierda, con Etoo por fuera o por dentro, con Larsson, con Iniesta, desde fuera y desde cerca, a la derecha y a la izquierda. Bonano, un jornalero de la gloria, desdeñado en su día por el Barça, tuvo su noche de desquite. Y si no, los palos, que para no definirse tanto también le negaron al Alavés su gran ocasión, en un remate espeluznante de Bodipo.

Total, que el Barça se dejó dos puntos en Vitoria que no volverán. Esa es la buena noticia para el Madrid. La mala es que el Barça jugó bien, pero esa ya era prevista. El Barça mantiene ese funcionamiento que le vimos la Liga pasada aunque, eso sí, ahora está más visto y los rivales le esperarán más. Y funcionamiento es justo lo que el Madrid no tiene, o no ha mostrado aún. Las incorporaciones han sido tardías y además, bien mirado, no ha jugado ningún partido serio en todo el verano, ni en América ni en Asia ni en Europa. El primero será hoy, ante ese Cádiz ilusionado que regresa de un largo viaje por los fondos de nuestro fútbol.

El Cádiz es en realidad un clásico moderno, que se presentó en Primera hace poco tiempo (hablando en términos históricos) pero que hizo leyenda por su resistencia al descenso, del que se salvaba siempre milagrosamente. Luego lo compraron los Gil y lo desgraciaron. Un empresario bueno y tenaz lo recogió de ahí y hoy lo devuelve a Primera, flamante y rutilante, submarino amarillo (el primero, que me perdonen en Villarreal) que emerge en la bahía para encontrarse con la flotilla de Ronaldo y compañía, a la que por si fueran pocos hoy se suma Robinho. Pero no tiene miedo. Ya lo dice Robin: "Y el octavo día, Dios creó el Cádiz".