Sinceramente, me alegro por el Niño y por todos los aficionados del Atlético, que tan pocas alegrías tienen al año. Todo la Europa futbolística habrá comentado que Torres, el delantero del Atlético, salvó a una España que se hundía. Y es motivo de mucho orgullo para una entidad centenaria y que tan buenos jugadores ha aportado a nuestro fútbol. Muchos, sin embargo, han intentado poner obstáculos en la carrera del Niño. Recuerdo la última: Tapia, entrenador del Málaga. Con los problemas que él tiene en su casa (Duda, entre otros) intentó dar una lección más y habló lo que no debía sobre el rojiblanco. No sólo habló sobre lo que pasó en La Rosaleda (donde su equipo no tiró a puerta en un partido en el que el Atlético bailó al Málaga) sino que también se metió en los líos entre Aragonés y Torres, como si le importara a él algo. Total, que seis días después el rojiblanco hace dos goles y en el Manzanares se acuerdan todos con gracia de Tapia.
Moraleja: que cada uno que arregle lo suyo. Eso lo entendió bien Fernando Sanz, que reaccionó como un deportista ante tanto desatino. Torres no es bien mirado en muchos campos de España. Ya no es un niño, no es novedad, es guapete y tiene dinero. Lógico que se le chille y se le increpe. Pero de eso al insulto continuo y a esa especie de animadversión general que parece haber hacia él, media un abismo. Ojalá que sus dos goles nos enseñen que es uno de los nuestros y que se merece algo de respeto, Tapias incluidos.