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Robinho y ese instante fatal de duda

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Dice Luxemburgo que Robinho tiene que driblar, y tiene razón. En Robinho el Madrid compró el jugador que vimos en Cádiz, ingenioso, hábil, encarador, inspirado, atrevido. Muy atrevido. Salió dando órdenes a un puñado de estrellas mundiales, acaparó el balón y el ojo de las cámaras y le dio la vuelta al partido. Luego se le ha visto hacer algunas cosas buenas, pero espaciadas. La explicación oficial es que la tensión de las semanas anteriores a su fichaje, el fichaje en sí, el cambio de ambiente y todo eso han producido en él un desgaste emocional que ahora lo está notando.

Examinemos lo del cambio de ambiente: eso incluye la inmersión en una nueva plantilla, y una plantilla es un nicho ecológico con códigos propios, un poco cuarteleros, desde luego arbitrarios, surgidos de la insistente convivencia entre cuatro paredes de un grupo de personas escogidas al azar. Mandan más los que más tiempo llevan, aunque no sean los más esclarecidos. En esos códigos no se admite bien que el nuevo la pida, la coja, la guarde, la esconda, la burle. Se admite peor que haga gestos con el público para que anime, y peor aún que indique a las vacas sagradas dónde deben colocarse.

Aquel Robinho de Cádiz venía a jugar como se jugaba en la playa, en la calle, en el Santos, pero aquí le han parado en seco. Luxemburgo le anima a que drible, pero él se mueve entre la voz de un entrenador al que el propio club pone en solfa cada vez que el equipo pierde un partido y la mirada severa del núcleo duro del vestuario. Y eso evapora su soltura, su audacia, su talento. La técnica es la misma y las ganas también, pero el atrevimiento es otro. Un instante de duda cada vez que se va a intervenir es todo lo necesario para anular a un jugador. De ese fatal instante de duda es de lo que se tiene que curar.