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Hoyzer, a la cárcel por corrupto

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Veintinueve meses de prisión incondicional le han caído al joven árbitro alemán Robert Hoyzer, que se había prestado a ser instrumento de una red de amañadores de resultados. El alimento económico de ese detestable clan eran las apuestas futbolísticas, que abren sucios caminos al dinero fácil. Apueste usted un 0-2 al descanso de tal partido y un 6-3 como resultado final. ¿Difícil, verdad? Si acierta se ganará un dinerazo. Pero para conseguir aciertos tan extravagantes hace falta la colaboración de un árbitro capaz de forzar el curso de los acontecimientos hasta cotas de improbabilidad máximas.

Tanta llega a ser la codicia, tan extraños los resultados que les piden, tanta la audacia de los árbitros que se prestan, que se llega a forzar esos resultados-caricatura que mueven a la sospecha, la indignación y la investigación. Y por ese camino se destapan de cuando en cuando escándalos como este que se lleva por delante a Hoyzer y a los tristemente célebres hermanos Sapina, tres croatas afincados en Berlín que también van a la sombra. Gente lista, pero no tanto como ellos mismos pensaban. Igual que su cómplice, el joven Hoyzer, instrumento de esa perversa banda dedicada a amañar resultados.

¿Y en España? En España no pasa esto. Pasó tiempo atrás algo parecido, que se destapó cuando a Medina Iglesias un directivo del Barça le pretendió pagar por un Burgos-Barça, ganado por los culés. Pero Medina Iglesias ni sabía nada ni había hecho nada porque ganara el Barça. Un listillo había vendido y cobrado el partido por él. Del caso se derivó el discreto pase a la reserva de cuatro árbitros. Uno, el celebérrimo Rigo, ese que tantísimo arbitró al Barça durante el franquismo tardío. Otro, Camacho, que en venganza acuñó aquello de que "mientras Plaza dirija el Comité, el Barça no ganará la Liga".